sábado, 19 de marzo de 2016

La Odalisca

Castilnovo (Gabriel de la Riva)
La Odalisca

El caudillo abencerraje,
del rey favorito y deudo,
a orillas del Darro tiene
un alcázar tan soberbio

que la misma Alhambra envidia
sus mármoles y arabescos,
esmaltes y entalladura,
techumbres y pavimentos.

Mas si en artesones de oro,
atauriques pintorescos
y resaltadas cornisas
son ricos los aposentos,

nada igual a los jardines,
que hacen pensar en el cielo
con sus fuentes de mosaicos,
kioskos y baños turquescos

albercas y surtidores,
Arriates de azulejos,
laberintos de arrayanes
y bosques y limoneros.

En una noche de estío,
de esas de dulce misterio,
en que al amor y al reposo
convidan al mismo tiempo

del ruiseñor las querellas,
de las flores el incienso,
las miradas de los astros
y los suspiros del viento,

la mora espera a su amante,
perdida la mente en sueño,
en un pabellón morisco
de enredaderas cubierto.

Echada está en alcatifas
y almohadones damascenos;
lleva brial y seda jalde,
de perlas bordado el velo,

ajorcas de filigrana,
sandalias persas de cuero,
y un abanico de plumas
de pájaros del desierto.

Ya a una blanca margarita
pide nuevas de su dueño;
ya las hojas de una rosa
en su frente va rompiendo;

rosa que, con ser su hermana,
tiene amarguísimos celos
del color de sus mejillas
y el aroma de su aliento.

Una red de sirgo y perlas
aprisiona sus cabellos,
que si fueran desatados,
arastráran por el suelo,

y, al mirar, abrasarían
sus rasgados ojos negros,
si las sedosas pestañas
no templasen sus destellos.

Rojos y húmedos labios
y a la sonrisa entreabiertos,
cuando los cierra, parece
que van a estallar en besos,

y si sueña con amores,
toma su mórbido seno
del ala de la paloma
el vivo estremecimiento.

Tiene el candor de la niña,
de la mujer el despejo,
de una reina la arrogancia,
y de la heroína el denuedo.

Si la miran, se sonroja
cual brasa que aviva el viento;
si la ofenden, ruge altiva
o abruma con su desprecio;

y su corazón se mueve
a todos los sentimientos,
a los que surgen del mundo
y a los que bajan del cielo,

como junco de ribera
al que estremecen a un tiempo
la brisa que va volando
y el agua que va corriendo.

José Velarde

Fragmento de una leyenda inédita que, ilustrada por el Sr. Pellicer, publicará en breve la casa editorial barcelonesa de los Sres. Espasa y Compañía