domingo, 3 de julio de 2016

A mi amigo el poeta José Velarde

Juan Pedro Narvaez
A mi amigo el poeta José Velarde

Feliz te escribo, de mi dicha cierto,
Al arribar, al fin, ¡Oh dulce amigo!
Del santo hogar al suspirado puerto.

En él mi suerte está; yo lo bendigo:
¡Bien hallada la costa que me espera
Brindándome al llegar calma y abrigo,

Para formar mi nido en su ribera,
Como el ave en la selva florecida,
Al lado de mi dulce compañera,

Ya tiene empleo mi agitada vida
En la paz de este hogar; paz venturosa,
Cuanto más ignorada, más querida;

Donde el cansado espíritu reposa
Sin la sed de ambición rebelde y brava
Que en la lucha del siglo nos acosa.

Rompa el orgullo del deber la traba
Y arrastre al hombre con soberbio anhelo
Por una senda , del error esclava,


Dejándole la duda por consuelo,
Sin amparo, sin luz, sin fe, sin guía,
Sin la suprema aspiración al cielo.

Busque ese amor fugaz, que dura un día,
Quien no sepa, por cándido o vehemente,
Que no es amor el que logrado hastía.

Siga del mundo la veloz corriente
Quien anhele la dicha transitoria
Del triunfo que persigue locamente;

Tal vez mande, cual sierva, a la victoria;
Mas tal vez en el pecho o en las mansos
Se clave las espinas de la gloria.

Del mundo loco los placeres vanos
Queden por siempre atrás; que la conciencia
Halla goces más dulces y más sanos.

¿Qué debo de ese mundo a la experiencia?
Helando sin piedad mis ilusiones,
No me dio en su lugar ni una creencia;

Y al Cabo, ¿qué logré con sus lecciones?
¡Solo olvidar lo que aprendí en la cuna
Entre besos y sueños y oraciones!

Cortesano servil de la fortuna,
Con todos mis placeres ha gozado;
Mis lágrimas... ¡jamas enjugó una!

Y escéptico, procaz y degradado,
Siempre le vi pidiendo al poderoso
La protección que debe al desgraciado.

Mas ¿quién recuerda el vendaval furioso
Cuando el iris dibújase en el cielo
Y surge el sol del porvenir dichoso?

¿Qué más compensación, que más consuelo,
Que el muro de mi hogar, que me defiende
De torpe envidia y punzador recelo?

No es el amor que en público se vende
El que en torno de mi canta y anida
Y sus alas blanquísimas extiende.

Manantial de ternura bendecida,
Se templa en el dolor y se ennoblece
La virtud y el respeto son su vida,

Da brío en el trabajo, que enaltece,
Animo al que vacila en la pelea,
Fuerzas al que en la lucha desfallece,

Y con la fe del mártir en su idea,
Ni le arredra el dolor, ni teme al llanto,
Ni se dobla su fuerza gigantea.

Abrazado al deber en lazo santo,
Jamás en su misión duda un segundo,
Ni el sacrificio le produce espanto;

Y el sacrificio, por amor fecundo,
Alienta al corazón, llena la vida,
Señala al cielo y embellece el mundo.

¡Oh dulce paz soñada y conseguida,
Contigo, hasta el dolor juzgo dichoso;
Sin ti, la misma dicha me intimida!

Ya el trabajo no es hoy yugo ominoso,
Porque al cesar me espera confiada
La que ofrece bienhechor reposo.

¡Ah, cuán dulce imagino la velada
Allá en la noche del invierno frío,
De cierzos y de nieves azotada!

Lejos el viento bramará bravío
Y arderá en la espaciosa chimenea
El leño, que dio frutos en estío;

El fuego, que se aviva y culebrea,
Se enroscará sobre la seca rama,
Que al sentirse abrasar chisporrotea,

Y mientras una cruje y otro brama,
Vence el fuego voraz y el leño cae
Envuelto en los penachos de la llama.

Junto al fuego, que al par templa y distrae,
Nos juntará, con íntima delicia
La profunda pasión que nos atrae.

Allí la confidencia y la caricia,
La esperanza feliz mal encubierta,
De la ilusión la virginal primicia,

El placer, el afán, la dicha cierta...
¡Ah, qué hermoso es soñar! ¡Bendito el sueño
Que sólo en brazos del amor despierta!

¿Hay porvenir más grato y halagüeño?
Aun tal vez nos lo guarde la fortuna
Si Dios bendice nuestro afán risueño,

Y al colmar nuestra dichas una a una,
El ángel que en su nombre nos envía
Baja a llenar la venturosa cuna.

Ya mi ser se estremece de alegría
Pensando cuando el dulce pequeñuelo
En sueños con los ángeles sonría,

Y de sus ojos entreabriendo el cielo,
Le aparte cuidadoso de la frente
La rizada guedeja de su pelo.

Tal vez ya me extravío locamente,
Mas déjame soñar que está en mi lado,
Aunque sufras creyéndome demente.

Yo lo conozco, sí, yo lo he soñado;
Yo he visto en amoroso desvarío
Circular por su rostro nacarado

La sangre que heredé del padre mío,
Junta con la que late por las venas
Del dulce ser, mitad de mi albedrío.

Mas ¡ah dolor, cuán pronto me encadenas!
Las dichas que han de ser luz de mi historia,
Al nombrar a mi padre ya son penas.

Ni el doble anciano mirará mi gloria,
Ni el hijo mio sus palabras sanas
Grabará para siempre en su memoria,

Ni yo veré con dichas más humanas,
Juntos unidos en abrazo estrecho
Tan blondos rizos y tan nobles canas.

Mas siempre al estrechar contra mi pecho
A ese ser de mi ser, que el alma ansía,
En suspiros y lágrimas deshecho,

Le hablaré de mi padre cada día,
Y entonces el sabrá por mi cariño
Lo que el honrado viejo quería.

Y con voz trabajosa y sin aliño,
El venerado nombre de su abuelo
Será el primero que pronuncie el niño,

Y rezará por el, con firme anhelo,
Esa pura oración de la inocencia
Que ya se sabe el camino que va al cielo.

En su ejemplo formando su existencia,
Le enseñaré desde su edad temprana
La senda del honor y la conciencia,

Y ayudando a mi empresa soberana,
Su madre verterá sobre la cuna
La dulce esencia de la fe cristiana.

Con ella, despreciando la fortuna,
Caminará seguro por el mundo
Si su vaivén constante le importuna,

Y unidos siempre por amor profundo,
Podré pensar, mirándole a mi lado
Cuando cierre mis ojos moribundo,

Que dejo en él mi nombre asegurado
Con digna estimación, si no con gloria;
Tal vez nunca inmortal, mas siempre honrado.

¡Feliz el que consigue la victoria
De ver, al caminar hacia la muerte,
Prolongarse en sus hijos su memoria!

¡Ah! tú ya conseguiste de la suerte
El bien que yo ambiciono y necesito:
¡Cuán dulce envidia me consume al verte

Cuando te sigue, con discorde grito
La alegre turba de tus hijos bellos,
Aves y flores de tu hogar bendito!

La fama, que te manda sus destello,
Ya te ofrece entre palmas y loores
Glorioso nombre que recojan ellos.

Ellos son de tus obras las mejores,
Y Dios sabe el fervor con que le pido
Que su vida feliz siembre de flores,

Adiós; aquí concluyo y me despido,
Sabiendo el alma que feliz la sella,
Que aunque muera esta carta en el olvido,
No morirá nuestra amistad con ella.

Juan Antonio Cavestany

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