jueves, 30 de junio de 2011

Alegría (canto V primera parte )

ALEGRIA  (Poema)

Canto Quinto

Sedienta de rocío
Se entreabre la tierra, recocida
Por los últimos soles del estío;
Muere, por las arenas absorbidas,
La fuente que antes engrosaba el río;
Nubla la luz el humo del rastrojo;
Del bosque la frondosa cabellera
Se va tiñendo de amarillo y rojo,
Y parece que escapase la vida
Tras el ave del estío pasajera
Que en busca de su tierra prometida
Las alas fugitivas acelera.
Mas si áridos los montes y campiñas,
Afrentando a las verdes esmeraldas,
Aun tienden de las lomas por las faldas
Sus retorcidos pámpanos las viñas,
Y el racimo apretado,
Encendido el color, se acaramela
Por los rayos solares retostado,
El robusto olivar sus ramas mece,
Oreando su fruto regalado,
Que al madurar se ablanda y ennegrece;
Esparce su perfume el membrillero,
El jugoso abridor se aterciopela,
Se reviste de azahar el limonero,
Y por ricos azúcares hinchada,
Como boca que se abre a la sonrisa,
Revienta la dulcísima granada.


II

-¡Alabado sea Dios!
-¡Por siempre!
-¡Aprisa!-
Caballero en un burro
Gritaba, golpeando con su porro
La carcomida puerta de un ventorro,
El viejo cabrerizo seño Curro.
Con lentos pasos acudió el ventero,
Su carilla de zorro
Alegrando con gesto zalamero;
Y puesto los dos héroes frente a frente,
Al azulado alborear del día
Entablaron la plática siguiente:
-¡Que modo de llamar, Ave María!
¡Si viene usted más súbito que un tiro!
Amarre usted la bestia a la ventana,
Entre y tome respiro,
Que va a ser calurosa la mañana.

-No puedo, seño Juan, traigo ganado.
Y, hambriento como va, se descarría
Y se zampa a comer en lo vedado.
-Déjelo usted engordar a costa ajena!
-¡Gran cuenta que me tendría
Mas eche, seño Juan, del chapurrado.
-¡Ahí va una copa llena!
-¡Jesús que amargo sabe!
-¿Qué dice usted? El paladar engaña.
¡Si es un licor mas dulce que el jarabe;
Hecho por mi con marrasquino y caña!
Tome otra copa y lo hallará suave
¿Lleva usted muchas reses a la feria?
-todas las cabras de seño Jeromo,
Que camina a buen paso a la miseria.
-¿No se encuentra mejor?
-¡Ni por asomo!
Tan consumido se halla el pobre viejo,
Que tiene despegada
De las carnes la piel como el conejo.
-¡Y su casa del pueblo?
-esta` cerrada.
-¿A su nieta no la ha visto?
-Ni la vera` por nadie ni por nada.
-¡Que tesón tiene el viejo, voto a Cristo!
El dice que es un hombre de conciencia,
Que al ver su honra perdida
Imposible se le hace la existencia.
-amar la honra hasta perder la vida
Es dejar la candela por el humo.
Bueno e quererla, si; mas la naranja
No ha de estrujarse hasta que amargue el zumo.
Menos la muerte, todo mal se zanja.
-eso ansío meterle en la cabeza,
Pero ¡Quiá! no le alegro;
El quererle sacar de su tristeza
Es más inútil que lavar a un negro.
-Quizás el casamiento de la moza…
-¡Quite usted! La perrada de su hijo
Es lo que mas el alma le destroza.
-¿Pero sabe?...
-Un malvado se lo dijo.
-Ahora si que en su negra angustia creo.
¡Pobre seño` Jeromo!
-Tanto sufre, que el día en que le veo
Se me vuelve vinagre lo que como.
Vaya, echemos la espuela.
-¿Tan pronto? ¡Que` presura!¡Ni el correo!
-¿No ve usted que el sol viene que vuela?
¡La paz de Dios, amigo!
-¡Vaya usted con la Virgen, señó Curro!
Platicando consigo
En la trastienda se metió el ventero;
El hato congregado ante su burro,
Hacia la aldea lo aguijo` el cabrero,
Y como sale el hierro de las fraguas,
El sol enrojecido
Se levantó del seno de las aguas.

III

A unos veinte minutos de la aldea,
A orillas de un atajo concurrido,
Aquel albergue venteril blanquea.
Un corralón, en huerta convertido,
Con sus frescos verdores lo hermosea,
Y alégralo el simpático chirrido
De una noria abundante,
Que presta dulce savia a la hortaliza,
Copioso abrevadero al trajinante
Y rocío cristiano
Al vino, que el ventero allí bautiza,
Porque no entre en su casa mahometano.
Hace parada allí todo arriero,
Y por tenerlo a mano
Visítalo también el marinero.
Murmúrase que sirve de escondrijo
A cualquier infeliz contrabandista
Que echa en la playa próxima un alijo;
Y cuenta de sus socios en la lista
A la gente a comer aficionada,
Por no haber otro que aderece un sollo
Aliñe un salpicón y una ensalada
Haga una caldereta o guise un pollo
Con el primor y gracia que el ventero;
Artista culinario tan sencillo,
Que halaga el paladar del pueblo entero,
Sazonado los guisos con hinojo,
Almoraduj, orégano y tomillo,
Jamones, como el dice, de rastrojo
Si triste el interior del ventorrillo,
Como viejo caduco, por afuera
Sonríe con la gracia de un chiquillo.
Allí el asno que tira de la noria
Revuélcase, respinga, y si se altera
Prorrumpe en arrebatos de oratoria;
Cacareando en un jaulón de caña,
Un gallo inglés se vuelve a todos lados
Alguien buscando en quien saciar la saña;
Roncan, puestos al sol, dos perros fieles;
Cantan los jilguerillos embragados
Que sirven en la caza de cimbeles,
Y una urraca doméstica (ladrona
Que se suele encontrar lo no perdido
Lo mismo que si fuera una persona)
Del gato, su rival, teniendo enojos,
Al punto en que lo juzga adormecido
Corre callada, pícale en los ojos,
Y al tejado subiéndose de un vuelo,
Chilla sin fin como asustada monja;
Mientras el gato bufa enfurecido,
Hinca las corvas uñas en el suelo,
El lomo enarca, y cual erizo esponja
Si finidísima piel de terciopelo.

IV

Pensando en su entrevista
Con el cabrero, se encontraba solo
Aun seño Juan, cuando al alzar la vista
Hallose frente a frente con Manolo;
Y aunque hombre, por su oficio, acostumbrado
A bregar con jayanes y bribones,
Evitar no logró que el desagrado
Contrajese sus ásperas facciones.
Manuel, como un doctrino,
Cortado y mudo, se plantó en la puerta
Con la vista clavada en el camino;
Pero el ventero astuto,
Lince o grulla en hallarse siempre alerta,
No apartaba los ojos de aquel bruto,
Dispuesto a defender, cual fiera brava,
Temeroso de un robo, el dinerillo
Que en el cajón guardaba.
De este negro pensar sacóle a poco,
Moviéndose y chillando como un grillo,
El rapabarbas ruin, que con descoco
De repente se entró en el ventorrillo.
-¿Sabe usted, señó Juan, a lo que vengo?-
Dijo, sin esperar pregunta alguna.-
De un empeño que tengo
A que me a que pronto y con fortuna.
Prometí una merienda de marisco
A mi parroquia, y ni una cañadilla
He podido encontrar. ¡No va a ser cisco
El que me arme a la noche mi pandilla!
¡Ya la conoce usted! Bastián el tuerto,
El fiel y el contador de los consumos
El hijo del alcalde, don Mamerto…
¡Gente de pelo en pecho y muchos humos!
Con que me dije: «Es menester que vaya
A ver si señó Juan, que las primicias
Recibe diariamente de la playa,
Con bocas o cangrejos me da albricias.»
Déme usted bogavantes, ostiones,
Almejas, langostinos… me contento
Con gambas, o si no con camarones…
Con algo que del mar eche el aliento,
Erizo, lapa, morcillón, coquina…
-¡Jesús, que despilfarro!-
Le interrumpió el ventero- para el carro
Y no me toques más a la marina.
Pollos tengo, aceitunas,
Queso emborrado, longaniza, lomo…
¿Pero bichos de mar? En estas lunas
Ni regalado que los den los tomo.
¿Quieres que te haga un guiso de carnero?
-Ni de perdices, vaya.
Marisco o nada –contestó el barbero.
-Pues a buscarlo tírate a la playa-
Amostazado replicó el ventero.
Cambió de tonos entonces el tunante,
Y dijo:-Pues tomemos aguardiente.
Manolo, ¿quieres ser mi acompañante?
Pues vámonos adentro, que aquí afuera
Hace un calor que el diablo que lo aguante.-
Y encerrados los dos en un cuartucho,
Habló de esta manera
A Manuel aquel pérfido avechucho:
-Que fui siempre tu amigo
Y que lo soy, Manolo, todavía,
Te lo prueba el que vengo a hablar contigo.
Hoy es el casamiento de Alegría.
¡No te alteres así! Vamos cachaza.
¿No da lo mismo ahora que otro día?....
Perico llegó ayer. Hijo, en la plaza,
De orgulloso que viene no cabía.
¿Qué es un tuno dirás? Pues la Marquesa
Que, cual todos los ricos beatos
Sólo por los pillastres se interesa,
Está loca por ese pelagatos.
Librólo del servicio,
Y esta tarde lo casa con la niña.
¿No es, dime tu, para perder el juicio
El que esos dos bribones
Que están matando de penas a tu padre
Y te han perdido a ti, sin más razones
Se metan en la casa de tu madre?
¡Lo que digo, si! Tras la comida
Que la Marquesa les dará en su casa,
A la tuya se irán de recogida.
¡No te exaltes! Paciencia.
¿Qué te importa? Hazte el bobo,
Que no hay mejor virtud que la prudencia.
Asómate, Manuel, al fentanilo.
¿No es el cura el que pasa en aquel mulo?
¿Adonde irá ese padre zarandillo?
Sin duda a confesar a Juan, el chulo,
Que muriéndose está de tabardillo.
¡Ya se ve! Mayoral de la Marquesa,
¿Cómo no iría a visitarlo el cura?
Al pobre, por quien nadie se interesa,
No le dan confesión ni sepultura.
Con que ya sabes; a las siete, boda;
A las ocho comida, y a las once…
-¡Calla!-gritó Manuel enfurecido-
Si a estacazos no quieres que te tronce!
-¡Pues no se me incomoda-
Articuló el barbero sorprendido-
Cuando para evitar una desgracia
Y a consolar su espíritu he venido!
Ayer, para mi sayo, me decía:
«Ya Manuel no tiene quien le imponga
De la suerte que corre su Alegría,
Yo se la iré a decir, aunque me exponga
A que murmuren de la fama mía.»
Te cito, te hablo, de tu mal me duelo…
¡Y me das este pago
Cuando vengo a servirte de consuelo!
-Estoy loco, no sé lo que me hago-
Manuel balbuceó;- gracias, amigo.-
Y perdida la calma,
Al campo se lanzó por el postigo,
De veneno mortal henchida el alma.
Tras mucho alborotar, fuése el barbero,
Que estaba, por la pita, entre dos luces,
A quien al irse le gritó el ventero
Haciéndole mil cruces:
-Anda con Dios, y muda de sendero,
O a los infiernos te hundirás de bruces;
Que tienes una lengua, niño mío,
Más ardiente que caldo de altramuces,
Que, como el vitriolo, quema en frío.
Si sigues con injurias y denuesto
A cuanto Dios crió, ten por seguro
Que has de dormir con los zapatos puestos.
No te acuerdes de mí ni de mi venta;
Que aunque soy hombre yo no me apuro
Por mucho que retumbe una tormenta,
El día maldecido en que te veo
De que vi a Lucifer me hago la cuenta,
Pues me queda en el alma el cosquilleo
Que produce en los labios la pimienta.-
Siguió impávido el mozo su camino
Y se perdió entre verdes olivares;
El ventero a su hogar volvió mohíno
Comentando del día los azares,
Y convertido en húmedo bochorno
Por el viento marino,
El calor del terral, que era el de un horno,
Espesa nube que del mar venía,
A poco sobre el campo mortecino
En fresco chaparrón s e deshacía.

V

Entretanto en la hacienda de Jeromo,
Sentados a la puerta del sombrajo
El viejo en un chupón y el señor cura
En un dornillo puesto boca abajo,
Hablaban de esta suerte:
-La amargura
Es la piedra de toque de las almas.
Sólo ante Dios es bueno
Y blandir logra victoriosas palmas
Quien sufre los dolores resignado.
Quien no abrigó desgracias en su seno
Y de ellas no salió purificado,
Y sólo al recordarla, padre mío,
Me dan unas angustias que me muero?
¿Cómo por mi no amada,
Cuando enjugué su lágrima primera,
La luz gocé de su primer mirada,
Dio de mi mano su primera carrera
Y fue, padre, mi nombre lo primero
Que articuló con lengua chapucera?
¡Que influjo en mí ejercía tan certero!
Cuando un disgusto grave
A rabiar me obligaba como un lobo,
Viniendo a mí con su pasito de ave,
Dábame un beso y me dejaba bobo.
Cuando cerrado el porvenir creía
Por algún contratiempo, la miraba
Y el cielo de repente se me abría
Su sonrisa causábame embeleso,
Su voz de ruiseñor me enajenaba,
Y el sonoro chasquido de su beso
A música celeste me sonaba.
Trocados los papeles, no sé cómo,
Ella la abuela regañona era,
Y el nieto juguetón señó Jeromo.
¡Iré a su lado, si, cuando ella quiera;
Mas antes que me jure, padre mío,
No dejarme hasta el día en que me muera;
Porque viejo, y enfermo y acabado,
Se me helaría el corazón de frío
Si otro vez se alejase de mi lado!
Si es cierto que mi enojo la tortura,
Que de pena está mala,
Condúzcame a su lado, señor cura,
Y que se vaya el mundo noramala.
-Hoy es de feria alborotado día,
Por eso no te llevo en este instante
Al lado de Alegría.
-¡Y cuando la veré?
-Más adelante;
En ocasión que al pueblo tu presencia
No de que hablar.
-Me faltará el aguante.
-Cuando la veas la hallarás honrada.
Esta tarde la caso con Perico.
-¿Con el tuno?...
-La lengua ten atada.
Aunque algo calavera, es muy buen chico,
Y el único además que lavar puede
De su honor la mancilla.
-¿Pero mi nieta al sacrificio accede?
-¡Tu candidez, Jeromo, maravilla!
¡Si por ese buen mozo
Está loca de amores la chiquilla!
¡La Marquesa los casa con un gozo!
¡Que mujer tan completa!
No hay día en que no haga un beneficio.
Ella cual madre recogió a tu nieta,
Libró a ese tarambana del servicio,
Y ahora, al casarlos, a la chica dota
Y da al soldado lucrativo oficio.
-¡Es una santa!
-Lo será de nota,
Que hace el bien de manera tan sublime,
Que al triste corazón, ni aun con el peso
De la debida gratitud oprime.
-¿Cómo le pagaré tantos favores?
-Celebrando con ella este suceso.
¿La quieres complacer?
-Con mil amores.
-Pues a eso de las diez, vete a tu casa,
Que allí irán a buscarte los muchachos.
No pongas a tu amor al verlos tasa.
¡Fuera enojos y empachos!
Al llegar, los abrazas, los bendices,
Hablas con ellos, y a la media hora
Serás feliz haciéndolos felices.
¿Irás?
-Lo juro.
-En tu palabra fío.
Adiós entonces.
-No, dígame ahora
Qué he de hacer con el pérfilo hijo mío.
-Veremos la manera
De volverlo al redil.
-Es una fiera
Cuya infame conducta me asesina.
-Todo se arreglará; paciente spera
Su redención de la bondad divina.
-¡Oh, cuánta dicha a su merced le debo!
-A mi Jeromo, no me debes nada,
Y que juzgues favores desapruebo
Actos que son mi obligación sagrada.
-Por más que su merced lo disimula,
Es, ha sido y será mi Providencia
-Calla, tonto, y acércame la mula,
Que el día está sufriendo gran trastrueque.
¡Me voy a remojar, si la querencia
No hace andar a esta pánfila de modo
Que me ponga en mi casa antes que trueque
Un chaparrón la polvareda en lodo!
¡No estoy para estos trotes!
¡Soy un vejete ya! ¡La cincha afianza!
Con que ya sabes, ¿he? No te alborotes.
Mucho amor, mucha fe, mucha esperanza,
Y encontrarás consuelo.
-Déjeme su merced que sus pies bese.
-Quita, Jeromo, ¿qué arrebato es ese?
¡Al orar y al gemir se mira al cielo!-
Y enjugando una lágrima furtiva
Que arrancóle la angustia del abuelo,
A su bestia pasiva
Tanto dio con los pies y con la rienda,
Que a pesar de ir sendero cuesta arriba
La sacó galopando de la hacienda.

VI

A la mitad se hallaba del camino
Cuando cerrose el claro firmamento;
La hojarasca arrastrando en remolino,
Como una furia desatose el viento;
Las nubes, agrupándose en montones
Y rasando la tierra cual la bruma,
Rompieron en pesados goterones;
La mar, picad, se cubrió de espuma,
Y ardiendo en el relámpago rojizo
Al pavoroso retemblar del trueno
El cielo en cataratas se deshizo.
-¡Todo sea por Dios! – no más decía
El padre Manolito muy sereno,
Mientras la lluvia torrencial sufría;
Y a la mula aguijaba
Que ante el turbión, de espanto temblorosa,
En vez de ir adelante, reculaba.
Contra el pobre señor todo se unía.
La lluvia tormentosa
Hasta el hueso calábale, le hacía
Su juguete la mula recelosa,
El firmamento en fuego se envolvía,
Y en lugar de rendirse a tanto azote,
Su -¡Todo por Dios sea!- repetía
Cada vez más tranquilo el sacerdote.
A este punto, del áspero vallado
Que orillaba la senda
Saltó un hombre al camino apresurado
Y sujetó la mula por la rienda.
-¡Jesús! ¿Qué quiere este hombre?-
El cura murmuró sobresaltado.
-Su merced no se apure ni se asombre-
Se apresuró a decir el asaltante;-
Sólo librarle quiero
Del peligro que corre en este instante.
-¡Pues si es Joaquín el fiero!-
Reconociendo al hombre, dijo el cura.-
Y el bandido exclamó:-¿Teme mi saña
Su merced, por ventura?
-El corazón, te engaña;
Nadie infunde temor ni nada apura
A aquel que lleva a Cristo por compaña.
-Pues déjese guiar de este bandido
Que a su merced venera
Porque el sostén de su familia ha sido.-
Y como el que de un niño se apodera,
Lo abrigó con su manta jerezana,
Y agarrando el cabestro
De la mula tirana,
De aquel mal paso la sacó del diestro
Y la puso obediente en tierra llana.
-Toma la manta- el cura entonces le dijo.
-Después de haberla su merced usado,
No la debo usar yo.
-¿Qué dices hijo?
-Que se la entregue su merced a un pobre
Que esté desabrigado.
-¿Pero y tú?
-Yo soy fuerte como un robre..
¡Con Dios padre!
-¡Un favor!
-¿Cuál señor cura?
-Que te arrepientas de tu mala vida.
-¡Si pudiera borrar lo pasado!
-¡El cielo, al perdonar todo lo olvida.
-¡Padre mio… La virgen lo acompañe.
-Pues hazme otro favor.
-¿Cuál?
-Que Manolo,
Vuelva a su hogar, y el corazón no dañe
De su padre afligido…
-Descuide su merced – dijo; y de nuevo
En los breñales se perdió el bandido.
Nadie en verdad creyera
Que un señor tan longevo,
Tanta emoción y azote resistiera;
Mas fue de ver, el aluvión pasado,
Lo alegre y arriscado
Que pasó con su mula casquivana
Por en medio del pueblo alborotado
Ostentando su manta jerezana

VII

Pasado el riesgo de la lluvia santa,
¡Cómo la tierra de placer sonríe
Y con cuántos colores se abrillanta!
La fuente brota, el arroyuelo ríe,
Un hálito del suelo se levanta
Que los sentidos con su aroma engríe;
Todo luce y trasmina
Desde la flor hasta la inerte piedra,
Y se adorna la planta mortecina
Con el verdor lustroso de la hiedra.
Las cortezas de líquenes cuajadas
Hacen que de los árboles los troncos
Relumbren cual columnas bronceadas;
Recobran su esbeltez los tallos broncos,
Y por las tibias hijas palpitantes
El agua rueda en desgranados hilos
De lucíferas perlas y brillantes.
Entonces la tarea
Toma la hormiga de limpiar sus silos,
Y de arenosos montes los rodea;
Las viudillas pintitas
Que del furor del agua se defienden
En el reverso de las anchas hojas,
Las alas sacan y a la luz las tiende;
Se bañan los gorriones en los baches,
Y las limpias pezuñas del ganado
Relucen como negros azabaches.
De sus alas abriendo en abanico,
El plumaje mojado
Se atusan las palomas con el pico.
Todo es luz movimiento y alegría;
El mundo de ventura enajenado,
A los cielos eleva su armonía,
Y, símbolo de paz, la ardiente espada
De célico querube,
En el nimbo de Dios tornasolada,
El iris pinta en la rasgada nube.

José Velarde

Se publicó en La Ilustración Española y Americana

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