sábado, 8 de diciembre de 2012

A San Juan de la Cruz

Techo en la Chanca
A San Juan de la Cruz

Si supiera el alma mía,
Ya que no en tu santidad,
Bañarme en la claridad
De tu celeste poesía,
Por la altura dejaría
La tenebrosa morada
En que vive aprisionada,
Tan veloz como del suelo
Se lanza la alondra al cielo
Al despuntar la alborada.

Mas ¡ay! Que do quiera gira
Da en la mundana bajeza,
Y es de escándalo y torpeza
El ambiente que respira.
No logra, si al cielo mira,
Que sus puertas le entreabra,
Y su inmensa angustia labra
Tener para el bien ansiado
El sentimiento apagado
Y rebelde la palabra.

Remontarme al bien fecundo
De la beatitud anhela;
Mas nadie tan alto vuela
Sin desasirse del mundo.
Le falta el celo profundo,
La humildad, el gozo interno
Con que el justo, por lo eterno,
De sí lo mundano arroja
Como árbol que se despoja
De sus galas en invierno.


Con los hechos de tu vida
Acuden a mí memoria
El heroísmo y la gloria
De nuestra patria querida
Que con la fe por egida,
Vence al ciego mahometano;
Y cuando el error insano
De Lutero se difunde,
Lo combate y lo confunde
Con aliento soberano.

Al encono y la violencia
Responde con la bravura,
Y a la engañosa impostura
Con las luces de la ciencia.
A su inmutable creencia,
Vida y paz, todo lo inmola;
De la ardiente fe española
Siendo emblema portentoso
El invencible celoso
San Ignacio de Loyola.

Para probar que vencer
Con Jesucristo es sufrir
A las Indias a morir
Va San Francisco Javier;
Y nombre, gloria, poder,
Cuanto grande el hombre ansía,
Todo lo arroja en un día
De celestial ardimiento
A las puertas de un convento
El Gran Duque de Gandía.

Gloria del suelo español,
El espíritu fecundo
De Santa Teresa el mundo
Ilumina como el sol.
Y alma que da en el crisol
De sus obras, encendido,
Dejando el mundo en olvido,
Tiende las alas al cielo
Con el mismo dulce anhelo
Que la paloma a su nido.

La herejía ruge en vano,
Que amordazándola están
El austero Luis Beltrán
Y Alcántara el franciscano.
El acento sobrehumano
Del Apóstol andaluz
Es un reguero de luz,
Y enciende al mundo en fervor
El alma llena de amor
Del dulce Juan de la Cruz.

Tú, de todos el más tierno,
Extático y persuasivo,
Las almas con afán vivo
Encaminas al Eterno.
No abrumas con el infierno
A la que resiste impía;
Le haces gustar la ambrosía
Del amor de los amores,
Y la llevas entre flores
En alas de la poesía.

Tu cántico celestial,
Espejo de tu conciencia,
Tiene la luz, transparencia
Y tersura del cristal.
En tu labio angelical
La áspera lengua se doma,
Y el acento humano toma
La unción, blandura y reposo
Del arrullo melodioso
De la rustica paloma

Tu fe, viva pasmo infunde,
Y asombro tu amor ardiente;
El saber llena tu mente,
Y tu labio lo difunde;
Tu carne apaga y confunde
La nieve de la pureza,
Y es de tu alma la limpieza
Tan grande, tan peregrina,
Como si fuese divina
Tu humana naturaleza.

Así del mundo el estrago
No deja en ti ni la huella
Que el resplandor de la estrella
En los cristales del lago.
Así, el eco ronco o vago
De la lucha terrenal
En tu boca virginal
Se convierte en armonía,
Y el hecho en alegoría
O en símbolo celestial.

Así, en amor inflamada
Tu alma pura de la tierra
Y del vaso que la encierra
Se desprende enajenada,
Y a la célica morada
Sube en alas del fervor
A perderse del Señor
En el seno regalado
Como en el aire templado
La fragancia de la flor.

Mas no porque se enajena
Es tu espíritu, en el mundo
Estrecho cause infecundo
Que raudal extraño llena;
Sí manantial cuya vena
Cristalina se desata
En hirviente catarata,
Llevando al alma en desmayo
La vida entera de Mayo
En sus cristales de plata.

El más firme corazón
Se abate al mundano viento,
Y naufraga sin aliento
En el mar de la pasión.
El tuyo es viva expresión
Del Carmelo soberano,
A cuya cúspide en vano
El huracán se levanta
Y a cuyos pies se quebranta
La furia del Océano

Mas en lucha con el mal
Vence a la roca más dura,
Para el bien todo es blancura
Y dulzor como el panal;
Y de la vida mortal
Apura la copa amarga
Con la humildad con que alarga
La oveja a la muerte el cuello
Y se arrodilla el camello
Para recibir la carga.

Concéntranse en tu alma pía
Las facultades mejores
Como todos los colores
En la blanca luz del día.
Las virtudes a porfía
Tu alma corre a ganar
Y ella con gozo sin par
En su seno las acopia
Con la sed con que se apropia
Todas las aguas el mar.

Busca en ti paz la aflicción
Y la enfermedad salud,
El decaimiento virtud
Y el pecado redención.
Mirándolos con unción
Los inundas de ventura,
Pues co sola tu figura,
De igual suerte que el Amado,
Dejas lo que has contemplado
Vestido de tu hermosura.

Hoy, Juan, que dada al error
La humanidad se extravía,
Condúcela como guía
A la virtud y al amor.
Trueca en divino fervor
Sus mundanales anhelos;
A sus penas da consuelos,
A sus dudas certidumbre,
Y a sus ciegos ojos lumbre
Para que mire a los cielos.

Haz que España se levante
Del letargo que la postra
Y de las luchas que arrostra
Pura sácala y triunfante;
Haz que de nuevo, gigante,
Con el error bajo el pie,
A ser vuelva como fue
Espejo de la hidalguía,
Emporio de la poesía
Y paladín de la fe

José Velarde

Este poema se publicó en La Ilustracion Española el 30 de noviebre de 1891

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