jueves, 21 de septiembre de 2023

Teodomiro o la Cueva del Cristo

Conil

A MI PUEBLO

I

¿Que más fortuna
Que nacer español, oír en la cuna
El clamor de la mar alborotada,
Y abrir los ojos a la luz del día
Donde halle la mirada
Un cielo con el sol de Andalucía?

II

Jamás olvido
El modesto lugar donde he nacido:
De trafalgar las olas arrullaron
De mis primeros sueños la honda calma,
Y después despertaron
Rugiendo a las pasiones de mi alma


III

¡Con qué cariño
Recuerdo aquella edad en que era niño!
El consejo amoroso de mi padre
Poniendo freno a mi imprudencia loca;
Los besos de mi madre
Brotando entre plegarias de su boca;

IV

Los tan pueriles
Como dichosos sueños infantiles;
El hondo afán, el íntimo alborozo
Con que el juguete ansiado recibía;
La pena y el sollozo
Si entre mis torpes manos se rompía.

V

Y mi amor luego
Tan puro y tan ardiente como el fuego
Que guardó la Vestal en los altares,
Afluyen a mi mente, en la presencia
De los bellos lugares
Testigos de mi dicha y mi inocencia.

VI

¡Se quiere tanto
A esos testigos del placer y el llanto
De aquella edad que tan ligera pasa!
Un recuerdo nos trae a la memoria
Cada enser de la casa;
Cada árbol del jardín sabe una historia!

VII

¡Fui sorprendido
En aquel murallón cogiendo un nido!
¡Allá mi buena madre me arrullaba!
¡Aquí lloré de amor amarga cuita!
¡Allí siempre la hallaba!
¡Fue en esta reja mi primera cita!

VIII

¡Qué alegre acento
El de aquella campana del convento,
Que de mi pueblo se alza en la alta loma,
Cuando repica por su Virgen bella!
¡Ni en San Pedro de Roma
Hay campana que suene como aquella!

IX

Toda amargura
Se templa recordando la ventura
Que se gozara allí; y aunque se vea
El aldeano en medio de la corte,
Mirará hacia la aldea
Cual la aguja imantada mira al Norte.

X

Hoy, pueblo mío,
A ti el acorde de mi lira envío,
Que si pintara mi pasión, tuviera
El cadencioso ritmo del - te amo -
Que entona la parlera
Ave gentil volando hacia el reclamo.

XI

En mi poesía
No encontrarás la luz del mediodía
Que ciega con sus vívidos fulgores,
Ni el capuz de la noche aterradora;
Pero sí los albores
Y los matices suaves de la aurora

XII

Jamás del vicio
Canté la seducción ni el maleficio,
No hay belleza en el mal. Toda poesía
Sin esperanza, amor, ni noble anhelo,
Es voz sin melodía,
Es un paisaje donde falta el cielo.

XIII

Verásme en guerra
Continua con el mal, que ni me aterra,
Ni de mi corazón ni de mi mente
Los indomables ímpetus mitiga.
El mal es la serpiente
Que sólo muerde el pecho que la abriga.

XIV

Si la amargura
Me lleva hasta dudar, miro a la altura,
La inmensidad extático contemplo,
Y mi espíritu en Dios se reconcentra:
Lo infinito es el templo
Donde siempre y más pronto a Dios se encuentra.

XV

No quiero glorias
Si he de ganarlas removiendo escorias.
Prefiero a todo triunfo, a toda palma,
A ver mi nombre en pórfido o granito,
Que la hija de mi alma
Lea sin rubor lo que su padre ha escrito.

I

MERGABLO *                                           *Antiguo nombre de Conil.


En el declive de un monte,
A la orilla del Atlántico
Y entre cármenes floridos,
Se halla la bella Mergablo.

Tiene a su espalda viñedos
Que sedujeran a Baco,
Y a su frente las montañas
Del continente africano;

Montañas que, cuando Febo
Las colora en el ocaso
De gualda y rojo, parecen
Nubes preñadas de rayos.

Defiéndela una muralla
Natural, cortada a tajo
Por Dios mismo, a donde viene
A estrellarse el Océano,

Que corre allí impetuoso
A unirse al Mediterráneo,
Desde que Hércules le abriera
Entre Abila y Calpe paso.

Allí del mar fresca brisa
Templa el ardor del verano,
Y siempre es azul el cielo,
Como siempre verde el prado

Las fuentes murmuran dulces
Entonan las aves cánticos,
Destilan mieles los frutos,
El laurel crece lozano,

Y el aliento de los Dioses,
Limoneros y naranjos
Exhalan en un ambiente
Tan puro como diáfano.
_______

¡Que mucho que Tariq, vuelto,
A Tánger desde Mergablo,
Dijera a Muza:  -Allá enfrente
-Se halla aquel edén soñado
- Por el profeta Mahoma,
- Y es preciso conquistarlo.

- Es mas fertil que la Siria
- Tan rico como Damasco,
- Y, cual los de Hegiaz, sus frutos

- Son de dulces y lozano

- De flore, como en la India,
- Vestidos se hallan sus campos,
- Y la palma del desierto
- Crece al lado del naranjo.

- Tiene minas cual Catay
- Y es su clima más templado
- Que el de Yemen; paraíso
- Que Allah riega con su mano.

- Dejemos, Muza, el desierto
- Eternamente abrasado,
- Donde el simoun nos azota,
- Donde fuego respiramos,

- Donde el rugir de las fieras
- Tenemos por todo cántico;
- Y busquemos en España
- Gloria, riqueza y regalo.

- Sube a la cumbre del monte;
- Frente tienes a Mergablo,
- Que ha describirla no alcanza
- El rico idioma que hablamos,

- De allí vengo; por hermosa
- Lugar de placer (I) la llamo,                               (I) Conil en árabe significa lugar de placer
- Y ha de llevar ese nombre
- Cuando la haya conquistado.
_____________

Por hermosa, siempre ha sido
Tentación de los extraños
La comarca de este pueblo,
Erigido por los Bástulos.

En los tiempos de la fábula,
Vino a reñir a sus campos
Con Gerión, a quien dio muerte,
El Hércules esforzado.

Aun se conservan las huellas
Titánicas de sus pasos,
Y corren aguas de azufre
Donde halló tumba el tirano

En ella dejó el Fenicio,
De oro o de bronce dorado,
La columna de Temístocles,
Gran protector de sus naos,

Y misteriosos sepulcros
En la alta roca tallados,
Que fueron después despojos
De los hijos de Cartago.

Hízola Roma su esclava,
Y a la llegada del Vándalo
Soterró en ella tesoros
Que hoy descubre el corvo arado.

Y cuando de paz gozaba
Del Visigodo en las manos,
Por traición y cobardía
Vino a ser presa del Afro,

Que habitaba aquellos montes
Que parecen, alumbrados
Por la luz del sol poniente,
Nubes preñadas de rayos

II

CLODOSVINDA
___________________

Sobre romanos cimientos
De murallas en ruinas,
Alzó en Mergablo el castillo
El duque de Andalucía.

Parece visto por fuera
Tosca muralla granítica,
Y palacio delicioso
Si su interior se examina.

En él Teodomiro el duque
Habita con Clodosvinda,
Que si encanta por lo bella,
Por lo bondadosa hechiza.

Huérfana, al morir sus padres
La dejaron por égida
Al conde Julián, que al verla
Sin amparo, y bella, y rica,
Quiso trocar en esposa
La que fuera su pupila;

Y lo hubiera conseguido
Si más reinara Witiza,
Pues valido de ser rey
Y tío de Clodosvinda,

La entregara a aquel villano,
Que pagarle le ofrecía
Tal favor con las riquezas
De la desgraciada niña.

Mas Rodrigo, cuando supo
Del Conde la traza indigna,
La casó con Teodomiro,
A quien ella prefería;

Y al África marchó el Conde
Lleno de rencor y envidia,
Jurando venganza al Rey,
Al Duque y a Clodosvinda.
Él fue quien hizo rebeldes
A los hijos de Witiza,
Y él quién indujo a los árabes
A pasar a Andalucía:

Que el hombre vil y menguado
Por vengarse sacrifica,
Sin escrúpulo, honra y patria,
Y religión y familia.
________________________

Era de Abril una noche
Oscura, callada y fría,
De esas que al pecho más fuerte
Y valeroso intimidan;

En que el rumor de las hojas
Que mueve la blanca brisa
O el murmullo de las fuentes,
Tan gratos durante el día,

Se antojan al hombre tímido,
Rumores, burlescas risas,
O suspiros melancólicos
De seres de extraña vida.

Era sábado, a la hora
En que las brujas malignas
A su maldito aquelarre
Presurosas se encaminan;

Y en que al conjuro sacrílego
O a la maldición impía,
Surge Luzbel de las sombras
Y a los mortales fascina.
__________

En el muro de Levante
De la fortaleza altiva,
Bajo un arco mal trazado
De tosca mampostería,

En las tinieblas envuelto,
Más que se ve, se adivina
El delicado contorno
De la hermosa Clodosvinda.

Al pie de aquella ventana
Lleva tres mortales días,
Alimentándose sólo
De su esperanza bendita,

Sin beber más que las lágrimas
Que ruedan por sus mejillas;
Sin más sueño que los sueños
De su loca fantasía.

En la aurora, al horizonte
Lleva impaciente la vista,
Resistiendo como el águila
Del sol la llama vivísima:

Llega la noche, y aun sigue
Su vista en Oriente fija,
Y cuando espesan las sombras
Escucha con ansia viva.

Ve un jinete; - es él que llega -
Algo escucha; - es él que arriba: -
Y nace nueva esperanza
De la esperanza perdida.
_______

Hay abonadas razones
Para que tanto se aflija
Y con tanta inquietud vele
La muy triste Clodosvinda

Teodomiro partió ha tiempo
Con cuanta gente tenía,
En son de guerra, hacia Calpe,
Y es de temer por su vida:

Que Teodomiro es valiente,
Y al entablarse la liza
Es su espada la primera
Que se encuentra en sangre tinta,

Y su pecho el más expuesto
A la saeta enemiga:
Que el más valiente en la guerra
Es siempre quien más peligra,

Corren siniestros rumores
En Mergablo; quien afirma
Que el conde se ha rebelado
Con los hijos de Witiza;

Quién que se halla Teodomiro
En el África vecina
De los árabes vengando
Las pasadas tropelías;

Y los hombres más sesudos,
Llenos de temor, se inclinan
A que Tariq haya vuelto
A España en son de conquista.

Y estos rumores, que el vulgo
Agranda en su cobardía,
Son aceros que traspasan
El pecho de Clodosvinda.
_________

Ante un gran reclinatorio
Cae la triste de rodillas;
Con los brazos torneados
Rodea la Cruz bendita,

Y esta súplica hace a Cristo
Con voz que llora y suspira,
Que, más que oración, parece
Angélica melodía:

- Dios del cielo y de la tierra,
- Que desde la Cruz me miras;
- Haz que el hombre a quien adoro
- Llegue a mis brazos con vida.

 Si a mis brazos no lo tornas,
 Resignación no me pidas;
 Que loca habré de volverme
 Si el dolor no me asesina.

 Bien sé que tú resignado
 Sufriste mayores cuitas;
 Tú eras fuerte, yo soy débil,
 Y tú Dios, y yo una niña.

 Tú sabes, Redentor mío,
 Que él es vida de mi vida,
 Que no hallándome a su lado
 No me hallo conmigo misma;

 Que mis ojos ven tan sólo
 Lo que en los ojos de él miran,
 Y que es su dolor mi muerte,
 Y mi gloria su sonrisa.

 Y ¿lo creerás, Jesús mío?
 Si su presencia me anima,
 Hallo el mundo tan hermoso
 Cuanto es intensa mi dicha,

 Y hasta Tú, ser inmutable,
 Te agradas ante mi vista,
 Y con un amor te adora
 Más profundo el alma mía.

 En ti espero, que tú eres
 Misericordia infinita,
 Y abandonar no pudieras
 A la triste Clodosvinda.

 Si su muerte ya en el cielo
 Por tu designio está escrita,
 Únenos, Dios, en la muerte
 Cual nos uniste en la vida.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

La luna en Oriente asoma
Y a la joven ilumina,
Que abrazada al pie del Cristo,
Al sueño queda rendida.

III

TRAICIÓN Y VENGANZA

Es el conde Julián hombre malvado:
Como Witiza, de quien fue valido
Por sensuales placeres depravado
La conciencia ha perdido
Del honor y del deber, y ya, sin freno,
Escápase cual potro desbocado,
Por la senda fatal del desenfreno.

Dado un paso en el vicio,
Se rueda rebotando al precipicio.
En la dorada copa de la orgía
El tósigo se bebe
Que amortigua la luz del pensamiento;
Trocado en sensación el sentimiento,
Se hace brutal, aleve,
Como la fiera, el hombre;
La conciencia sucumbe al apetito;
Se mira en la justicia sólo un nombre;
La barbarie conduce hasta el delito,
La duda a ser ateo,
Y se termina, al fin, cual Prometeo,
Criminal y en el potro del precito.
Así el conde Julián compró en la orgía
Con todas sus riquezas el veneno
Que paso a paso al mal le arrastraría.
Ya pobre y sin honor, vivió engañado;
Como traidor, cobarde fue en la lidia;
Creyó justicia al proceder nefando;
Le hizo rebelde rencorosa envidia;
Falto de sentimiento y de esperanza,
Tuvo por todo amor el sensualismo
Por Dios el fatalismo,
Por norte la venganza,
Y, presa el alma de mortales dudas,
Terminó su carrera maldecida
Con el crimen de Judas:
Vendió a la madre que le dio la vida.

¡Misterio inescrutable del destino!
¡Un hombre sin conciencia
Lanzar una nación al torbellino!
¿Por qué no ataja siempre en su camino
Al crimen la divina Providencia?

Marcha al África el Conde,
Y en vez de hallar barrera
Que se oponga a su indómita carrera,
La voluble fortuna
Hace causa común con la injusticia,
Y le entrega, propicia,
A los soldados de la media luna,
A cuyo empuje y bárbaro denuedo
El trono prepotente se desquicia
De Leovigildo, Wamba y Recaredo

Mas no sólo Julián causa estrago:
Todo se confabula
Para lanzar la patria al abismo.
No el antiguo heroísmo
Anima al pueblo godo; hoy emula
Con Roma en liviandades y en cinismo,
Sustituye la púrpura a la malla
Y, de miedo, al entrar en la batalla
En sus venas la sangre se coagula.

La espada del guerrero la ha mellado
El golpe del cayado
Del obispo, que ya el sayal no viste,
Ni, cual Jesús, predica la pobreza
Y lo vano de todos los poderes;
Anhela el mando, de oro se reviste,
Se enfanga codicioso en la riqueza
Y dáse a los ilícitos placeres.

Rebelde, como siempre, la nobleza
En bandos se divide, se amotina.
Y sobre su cabeza,
Débil el trono, el rayo no fulmina,
¿Qué falta? La traición, la mecha ardiente
Que prenda fuego a la cargada mina.
Y lo prende del Conde la venganza,
Y el hijo de Mahoma
Penetra en nuestro suelo a semejanza
De las hordas vandálicas en Roma.

Mas no es la ruina de la triste España
Lo que el Conde apetece:
Su enardecida saña,
Que con el tiempo y la distancia crece,
Es contra el Rey, y el Duque y Clodosvinda,
A quienes juró ver ante sus ojos
Retorciéndose en brazos de la muerte.
Si deja en esta lucha, por despojos,
En manos del alarbe las naciones,
¿Qué le importa, si venga sus enojos?
El egoísmo, rey de las pasiones,
A esta maldita máxima se aferra:
 Que yo me salve y húndase la tierra.

En las costas del África vecina
El Conde meditaba
Llevar a la ruina
A los seres que odiaba,
Y subiendo a la cúspide de un monte,
Que a su vista ensancha el horizonte,
A la bella Mergablo descubría,
Y así, con lengua réproba, decía:
¿No he de lograr la dicha que ambiciono,
Mergablo, asilo de la bella impía?
¿No he de saciar mi encono
Ajustando a tu cuello férreo yugo,
Tus hijas entregando al vilipendio,
Tus hombres al verdugo
Y tus ricos palacios al incendio?
Has de morir como murió Cartago:
El fuerte altivo que al contrario arredra
Caerá piedra por piedra,
Y hablarán de tu estrago
En el muro granítico la hiedra,
Y en el campo, hecho erial, el jaramago.

No te valdrá ser linda,
Ni ampararte en murada fortaleza,
Ingrata, más que hermosa, Clodosvinda;
Abatirá tu indómita cabeza
Golpe fiero, implacable;
Mas antes has de ver al miserable
Que me robó tu amor, a tus pies muerto,
Y de grado o por fuerza serás mía:
Sólo después, el hijo del desierto,
Para que yo me goce en tu agonía,
Lentamente hundirá, con golpe incierto,
En tu mórbido seno la gumía.

Y tú, sensual Rodrigo,
Que los goces apuras
De vida sibarítica en Toledo,
Sin que fantasma tétrica del miedo
Te anuncie las cercanas desventuras;
Que me hiciste el ultraje
De acusarme de escándalo y licencia,
Cuando el libertinaje
Te salpica de lodo la conciencia;
La venganza colérica del Conde
Te irá a buscar en donde
Te entregas al placer de la pereza,
Y te presta el amor dulce beleño,
Y al despertar de tu profundo sueño
Te hallarás sin corona y sin cabeza.

É induce a Muza a Conquistar la España;
Éste escucha sus pérfidos consejos,
Y anhela codicioso
El edén delicioso
Sujetar al tiránico dominio
De los Califas, avanzar más lejos
Con su indómita hueste en son de guerra,
Y cumplir del profeta el vaticinio
De conquistar para su Dios la tierra.

Y al turbulento piélago confía
Su fanático ejército, mandado
Por Tariq el intrépido, y guiado
Del Conde por infame alevosía.

¡Y sufrieron el peso de sus manos
Las indomables olas del estrecho
En cuyo fondo se revuelve el caos!
¡Y el huracán bravío
No las llevó, furioso, a la rompiente!
¡Ay! sin fuerza ni brío
Dobló la ola su frente,
Y el huracán trocado en brisa suave
Hinchó la blanca vela de la nave
Y la trajo a la orilla blandamente!

IV

EL MENSAJERO
_____

A los muros del castillo
Se acerca un jinete, a tiempo
Que cae Clodosvinda bella
Al pie del Santo Madero.

De un árbol ata su potro,
Que queda piafando inquieto,
Levantando con el casco
Nubes de polvo del suelo.

De alta cruz y vivos ojos,
Ancha nariz y ancho pecho,
Fina oreja y finos cabos,
Larga crin y corvo el cuello,

Bien a las claras pregona
Que tiene por sangre fuego,
Que es su descanso el trabajo
Y que corre como el viento.

Oculta el jinete el rostro
Entre el embozo y el hierro;
Mas su larga cabellera
Y sus lujosos arreos

Demuestran a todas luces
Que es godo y es caballero,
Como su andar no muy firme
Da señales de que es viejo.

Viste loriga escamosa,
Calzones de piel de ciervo,
Y espada y cuchillo cuelgan
De su cinturón de cuero.

Deja en el árbol la pica
Junto al potro del Desierto,
Y embarazado el fuerte escudo
Y apercibido el acero,

Con paso al principio tardo
Y después pronto, aunque trémulo,
Se acerca al castillo, llama
Y responden los de dentro:

SOLDADO
¿Quién eres?

MENSAJERO
De Teodomiro
Un soldado mensajero.

SOLDADO
Pues da tu mensaje

MENSAJERO
Sólo
A su mujer darlo puedo.

SOLDADO
No es posible en el castillo
Penetrar.

MENSAJERO
Pues el secreto
Me llevaré, porque nadie
Mas que ella puede saberlo.

SOLDADO
¿Tanto es grave?

MENSAJERO
Mucho importa.

SOLDADO
¿Vienes solo?

MENSAJERO
Solo vengo.

SOLDADO
¿Quién lo asegura?

MENSAJERO
¿Tu vista
Anubla quizás el miedo?

SOLDADO
¡El miedo! No lo conozco
Cuando lidio en campo abierto;
Pero mucho las traiciones
Y las emboscadas temo.

MENSAJERO
¿Eres loco? ¿Qué pudiera
Uno solo contra ciento?

SOLDADO
¿Y cómo nos acredita
Ser del Duque mensajero?

MENSAJERO
Con un anillo.

SOLDADO
Buena seña.

MENSAJERO
Pues lo traigo justo al dedo.

SOLDADO
Haré saber tu llegada
A Clodosvinda.

MENSAJERO
¡Mil truenos
Corre apriesa que urge mucho.

SOLDADO
Espera, que a poco vuelvo.
__________________

Aun clodosvinda se encuentra
Al pie del Sagrado Leño.
Al cansancio y la fiebre
Rendida, más que durmiendo.

La vigilia y sus pesares
La dañaron mucho menos
Que los cuadros pavorosos
Que le representa el sueño.

Ya cree ver a Teodomiro
A sus pies pálido y yerto,
Borbotándole espumosa
La roja sangre del pecho;

Ya que el Conde la persigue
Desenvainado el acero
O que la cercan fantasmas
Tan grandes como su miedo.

Y a esta ocasión, fuertes golpes
De alguno que llama inquieto
A la puerta, salir le hacen,
Con sobresalto, del sueño.

La nueva le dan, y al punto,
Hace entrar al mensajero
Que, recatándose el rostro,
Penetra en el aposento.

CLODOSVINDA
¿Dónde está mi Teodomiro?
Descúbrete y habla presto.

MENSAJERO
Necesito hablarte a solas.

CLODOSVINDA
¿Y por qué tanto misterio?

MENSAJERO
Él lo quiere

CLODOSVINDA
¿Pero vive?
Contesta, porque muero.
¿Vive?

MENSAJERO
Sí.

CLODOSVINDA
¡Gracias, Dios mío!
¿Y viene tras ti?

MENSAJERO
No puedo
Sino a solas...

CLODOSVINDA
Salid todos.
Ahora dime tu secreto.

Temblando está Clodosvinda
Al par de esperanza y miedo;
Que aunque ha sabido que vive,
No augura bien de su dueño,

Y a intervalos se suceden
En sus agitados miembros
La crispadura nerviosa
Y el postrado decaimiento

En tanto, el desconocido
La mira absorto en silencio,
Y sus ojos inyectados
Centellean tras el hierro,

Y palpitando vivísimo
Bajo el enmoldado peto
Su corazón, se adelanta
Hacia Clodosvinda trémulo,
Y así dice:

MENSAJERO
Estamos solos:
Mira, pues, al mensajero.

CLODOSVINDA
¡El conde Julián!

MENSAJERO
El mismo

CLODOSVINDA
¡Socorro!

MENSAJERO
Calla, o bien presto
Ese corazón menguado
Será vaina de mi acero.

CLODOSVINDA
¿Qué quieres de mí?

MENSAJERO
Vengarme

CLODOSVINDA
Mas, dime, ¿qué mal te he hecho?

MENSAJERO
¡Infame! ¿me lo preguntas?
¿Pues a quién sino a ti debo
Las desgracias de mi vida,
Que, más que vida, es infierno?

CLODOSVINDA
¿Yo?

MENSAJERO
¡Tú!

CLODOSVINDA
¡Piedad!

MENSAJERO
¿La tuviste
De mi alguna vez? Veneno
En vez de sangre circula
Por las venas de mi cuerpo;
Que el odio, el odio ha nacido
Donde sembraste el desprecio.
Escucha, escucha, a tu amante
Has de ver muy pronto muerto;
Tú serás mía esta noche,
Y estos ricos aposentos
Los convertirá en cenizas
Mañana mismo el incendio.

CLODOSVINDA
¿Qué dices?

MENSAJERO
Vendí la patria
A los hijos del desierto.
Mañana...

CLODOSVINDA
¡Dios te maldiga!

MENSAJERO
Mañana, sí, en nuestro suelo
Caerán cual nuevo diluvio,
Y el trono de Recaredo
Rodará y con él Rodrigo.

CLODOSVINDA
¡No ha de permitirlo el cielo

MENSAJERO
Cual en mis brazos te entregas
Vencido por el infierno.

CLODOSVINDA
¿No hay quien me acorra?

MENSAJERO
Estos muros
Guardan muy bien los secretos.

CLODOSVINDA
¡Socorro!

MENSAJERO
Llama; es en vano.
Te responderá el silencio.

CLODOSVINDA
¡Teodomiro, ven y sálvame!

MENSAJERO
Teodomiro está bien lejos.
¿Ves este anillo? Entrególo
Esta noche a un mensajero,
Diciéndole:  A Clodosvinda,
Que me espere allá en el cielo.
Yo le arrebaté el anillo
Después que le tuve muerto,
Y de talismán me sirve,
Pues con él hasta ti llego

CLODOSVINDA
¡De ti me amparo, Dios mío!

MENSAJERO
¿Qué me importa el sacrilegio?
¡Te arrancaré de los brazos
De Jesús!

CLODOSVINDA
¡Mi Dios!

MENSAJERO
¡Infierno!

En aquel instante mismo
Atronó el callado viento
El sonido de la ordea
De Teodomiro el guerrero.

¡Él es! ¡Él es! ¡Dios lo envía!
Ella exclama; y a este tiempo
Su cuchillo blande el Conde,
Y  ¡Cuando llegue habrás muerto!

Dice furioso; y se escuchan
Un fuerte golpe un lamento,
El ruido de una persona
Que se desploma en el suelo;

Una puerta que rechina
Y los pasos de un guerrero,
Que poco a poco se apagan,
Quedando todo en silencio
________

V

LA CARTA
____

Jamás creyó Teodomiro
Que el árabe le venciera,
Y por eso recibiera
Desengaño tan cruel
Viendo sus huestes bizarras
Huyendo despavoridas
A las fieras embestidas
De los hijos de Ismael.

En Mellaria refugióse
Con los restos de su gente
Dispuesto al día siguiente
Nuevo combate a empeñar,
Y jurando por el Cristo
De la Cueva milagroso,
Que ha de salir victorioso
O en la contienda espirar

A la lucha se apercibe,
Presta brío al que se abate
Empleando el acicate
De la gloria y del botín;
Recluta gente a destajo,
A los valientes hostiga
Y con dureza castiga
Al cobarde y al malsín.

Mas ¡ay! que un presentimiento
Tenaz en su mente fijo,
La causa dolor prolijo
Y le lleva hasta a dudar
Del valor de sus soldados,
De sí mismo y de su suerte;
El espectro de la muerte
Ve hacia su patria avanzar.

Al par que anima a los suyos,
Un ciego terror le pasma
Al contemplar un fantasma
De aspecto horrible y feroz,
Que le presenta el delirio
Con mirada que flamea.
En una mano la tea
Y en la otra mano la hoz.

Y avanza, corre, ruge,
Incendia, tala, aniquila,
Y a su empuje todo oscila,
Todo rueda en confusión;
Familia, hogar, patria, trono,
Todo cruje, se desprende
Y en torbellino desciende
Del abismo a la mansión.

Y -no me atajas- murmura
Visión loca, en mi camino
Lucharé contra el destino
Y lucharé hasta morir,
Y cumpliré como bueno
Con mi patria hasta la muerte;
Y pusóse de esta suerte
Al rey Rodrigo a escribir:

Si no engaña un tenaz presentimiento
A quien tiene tranquila la conciencia,
Esta carta será mi testamento.

Señor: al no acorrer con diligencia
A los pueblos que abarca mi ducado
Bien pronto perderán su independencia.

Ha aparecido aquí, como un nublado,
Gente extraña del África venida,
Y avanza cual torrente desbordado.

Me opuse a su feroz acometida,
Y cediendo a su empuje incontrastable,
Rota mi gente, se entregó a la huída.

Mañana mismo lucharé indomable,
Y os juro por mi nombre hallar la muerte
Si alcanzar la victoria no me es dable.

No temo su furor, temo a la suerte,
Que, cual mujer voluble y tornadiza,
A quien menos debiera se convierte.

Venid, señor, venid presto a la liza,
Y buena gente a su bandera aporte,
Que enemigo cruel nos hostiliza.

¿De do viene? ¿quién es y cual su norte?
Lo ignoro: mas si el hierro no le ataja
Atropellado llegará a la Corte;

Y ¡ay si entonces la patria se desgaja,
Como el monte al vaivén del terremoto,
Y entre escombros el trono se amortaja!

Venid a la barbarie a poner coto,
O iremos a su impulso por la tierra
Como nube empujada por el Noto

Nunca vi tales hombres ni tal guerra:
Atacan en tropel y sin concierto,
Y moviendo un estrépito que aterra,

Mil se levantan donde alguno ha muerto.
¿Cómo entregar al filo de la espada
Un turbión de fieras del Desierto?

Penetraron en Calpe la murada
Sin catapulta, tolenón, ni ariete,
Sólo por el incendio y la escala.

Va el infante desnudo, va el jinete,
Bajo blanca y flotante vestidura
Ocultando el bruñido coselete;

Y sus gritos, su negra catadura
Y el rudo golpe de su corvo acero
Infunden en los nuestros gran pavura.

¡Ay cuánto de vencerlos desespero!
A los placeres dado el pueblo godo
En muelle se ha trocado de guerrero.

Ya que voy a morir, lo diré todo.
Forma la perla el agua que se agita,
El agua que se estanca forma el lodo.

El corazón de un pueblo sibarita
Ni vuelve por la gloria de su raza,
Ni de entusiasmo bélico palpita,

Y nuestro pueblo débil ya no embraza
Con vigor el escudo defensivo,
Y el ruginoso acero embaraza.

Prefiere ser humilde a ser altivo;
Medra, como raposo, por la intriga,
Y se vende al oficio lucrativo;

Enervado, la lucha le fatiga,
Y se arreboza en clámide de seda,
En vez de revestirse la loriga.

Y de esta suerte hacia abismo rueda
Sin encontrar la vigorosa mano
Que en su camino detenerle pueda.

¡Oh si volviese al tiempo, ya lejano,
En que hambriento y desnudo acometía
Como un lobo al ejército romano!

Al mirar su presente cobardía,
Tal furor me arrebata, que quisiera
Volverlo a aquella condición bravía,

Que el cobarde en esclavo degenera,
Y es la resignación más vejatoria
Que el instinto salvaje de la fiera.

Bárbaro, sí, mas héroes y con gloria
Vinimos de Tartaria hasta Vesubio
A ceñir el laurel de la victoria.

¡Cuántas veces del Vistula al Danubio
Bajamos contra Roma disoluta
Con la indomable fuerza del diluvio!

Con la espada por Dios, la piel hirsuta
De la fiera polar por todo fausto
Por todo templo la escondida gruta

Donde al Dios se ofrecía en holocausto
La cabeza cortada al enemigo
En la revuelta del combate infausto;

Nuestra raza brutal trajo consigo
A Europa, por los vicios depravada,
La regeneración con el castigo.

Sueño a veces que miro congregada
Bajo el árbol sagrado su asamblea,
Y que a la voz profética e inspirada

Del implacable Odín, a la pelea,
Cumpliendo ciega su misión divina,
Se lanza con bravura gigantea.

¡Cómo a sus pies con cólera leonina
Del acero tajante al golpe rudo
Montones de cadáveres hacina!

Ni el peto le resiste ni el escudo;
Divide y rompe, como el rayo hiciera,
El redoblado arnés su hierro agudo.

Recogida la larga cabellera,
Enastado en el palo de una pica
Un cráneo de caballo por bandera,

Y al ronco son del cuerpo, que duplica
Su valor en la lucha, llega a Roma
Como una tempestad que purifica;

Y ayudando del vicio a la carcoma
Que lenta la minó, cede a su empuje
La antigua sociedad y se desploma.

¿Qué raza que a la nuestra sobrepuje?
Cuando recuerdo su brillante historia
Y hoy miro su abyección, mi pecho ruge.

¿Qué resta de su brío y de su gloria?
Humo y aire, no más; un sueño incierto,
Porque sólo es un sueño la memoria.

Hoy circula, merced a torpe injerto,
Por nuestras venas la ponzoña insana
Del aquel imperio gangrenado y muerto,

Cuando reniego de mi fe cristiana,
Tan sólo por haberla recibido
De aquella impura sociedad romana.

¡Que me perdone Dios si le he ofendido!
El dolor y la cólera me ciegan
Hasta el punto de haberme enloquecido.

A mis ojos las lágrimas se niegan.
Ante una tempestad embravecida
Yo soy de los que rugen y no ruegan.

Si oís decir que mi hueste fue vencida,
No preguntéis Señor, cual fue mi suerte.
Antes de ser esclavo, ser suicida;
Si no muero en la lid, me daré muerte.
________________

VI

ENTREVISTA Y CITA
________

Teodomiro el valeroso
Con acerado acicate,
Las secas ijadas bate
De un alazán vigoroso;

Que aun siendo la noche oscura
Como es muy claro su instinto,
Veloz cruza el laberinto
De la intrincada espesura.

Lleva el noble caballero
Puesto en la cuja el lanzón;
Pendiente del cinturón
El largo y bruñido acero;

La abundosa cabellera
Bajo el casco recogida;
Floja del potro la brida,
Porque apriete en la carrera;

Ceñida al pecho la malla,
Y el escudo tresdoblado
Al fuerte brazo ajustado
Como al entrar en batalla.

Su mirada centellea
Cual la de fiera felina;
Cuanto más presto camina,
Más al caballo espolea.

Pasa como una visión,
Y cualquier que la encontrara,
De seguro la juzgara
Fantástica aparición.

Que de la noche en la sombra
Hallar tan feroz guerrero
Y oír el choque de su acero,
Al más intrépido asombra.

A más que, hereje o cristiano,
Todo mortal, califica
Aquello que no se explica,
O teme, de sobrehumano.

Pero ¿por qué Teodomiro,
Hombre de tan raro empuje
Que habla y parece que ruge,
Abre su labio al suspiro,

Y es el sollozo el idioma
De su pecho acongojado
Y a su párpado inyectado
Ardiente lágrima asoma?

Es que a su esposa hechicera
Adora con vivo ardor,
Y es sabido que el amor
Trueca en cordero a la fiera.

Es que teme por la vida
De aquella mujer hermosa,
Y una sospecha horrorosa
Lleva en el pecho escondida.

Envióla un mensajero
Con un anillo por señal,
Y se lo encontró mortal
Del camino en el sendero;

Diciendo que hombre o diablo,
Por el anillo robarle,
A traición quiso matarle
Arrojándole un venablo.

¡Ay si un oculto enemigo
A Clodosvinda llegara
Y su seno mancillara!
- Iba diciendo consigo; -

Y, ¡ay si por mísera suerte
Hallo mi bien, mi tesoro,
Al ángel a quien adoro,
En los brazos de la muerte!

Y a este punto otro guerrero,
De todas armas armado,
Pasó corriendo a su lado
Aun más que el viento ligero.

Y le hizo temblar cobarde,
Porque al pasar le gritó:
Vienes cuando vuelvo yo.
Teodomiro, llegas tarde.

Herido por mortal presentimiento,
Desesperado, loco,
Llega, al fin, Teodomiro al aposento
Donde, postrada en tierra,
Aun la mujer a quien adora yace,
Y viéndola se aterra,
Y él que no llora, en llanto se deshace.

Intenta hablar y permanece mudo,
Que echa el dolor a su garganta un nudo;
Quiere alzar a la victima del suelo,
Y lleno de temor a ella no avanza;
Que, en medio de su duelo,
De que aun le reste vida
Conserva la esperanza,
Y no la quiere ver desvanecida.

Por largo tiempo inmóvil permanece;
Su terror se acrecienta,
Y, cual yerto cadáver, palidece.
Halla fuerza al fin, corre a abrazarla
La besa con pasión, y, loco, intenta
Con sus besos ardientes reanimarla.

¡Cuánta fue la alegría
Del triste Teodomiro!
De Clodosvinda el corazón latía,
Y prorrumpió su labio un suspiro.

La cuchilla del Conde se veía
De la bendita cruz al pie clavada:
Aquella cruz salvó a la desdichada,
En su terror, no supo donde hería
El Conde vil, y muerta la creía
Porque cayera al suelo desmayada.

Abrazáronse, y unidos de esta suerte
Los felices amantes, olvidaron
Los tristísimos días que pasaron,
Y el porvenir también, que era la muerte.

Encendió en viva luz amor divino
Sus almas venturosas,
Que un ciego torbellino
Una en torno de otra revolaron,
Cual locas mariposas,
Y en éxtasis divino se besaron.

Mas ¡ay que la ventura
Llega, luce, fulgura,
Deleita y embriaga,
Y, como fuego fatuo, sólo dura
Un instante y se apaga.

Es ¡ay! la onda del río,
Que, escuchándose, corre hacia la orilla
En busca de la muerte;
Rápida exhalación que un punto brilla
Y en el espacio en nada se convierte;
Nube que ondula, asciende y se dilata
Para desvanecerse en el vacío,
O gota cristalina de rocío
Que se evapora cuando al sol retrata.

Tiene la misma vida de la rosa,
Que nace, reina y muere en solo un día;
Como a la mariposa
Le aparecen las alas
Cuando le acecha ya la muerte impía;
Como el crespón de espuma ostenta galas
Que un suspiro del céfiro deshace;
Se evapora lo mismo que un perfume,
Y el fuego que la enciende cuando nace
Es incendio voraz que la consume.

TEODOMIRO
Por fuerza habré de partir

CLODOSVINDA
¿Y me vas a abandonar?

TEODOMIRO
Mi deber he de cumplir.

CLODOSVINDA
¿Y tu deber no es amar?

TEODOMIRO
Es vencer o morir.

CLODOSVINDA
¿Quién te lo exige?

TEODOMIRO
El honor

CLODOSVINDA
¡A una frase sin valor
La ventura posponer!

TEODOMIRO
Entre el amor y el deber...

CLODOSVINDA
Lo primero es el amor

TEODOMIRO
¿Y la patria?

CLODOSVINDA
¿Y mi quebranto?

TEODOMIRO
El defenderla me toca.

CLODOSVINDA
¿Y que será de mí en tanto?

TEODOMIRO
¡Clodosvinda!

CLODOSVINDA
Cae mi llanto
Sobre un corazón de roca.

TEODOMIRO
No me quites la firmeza
De que tanto necesito;
Si cometiese el delito
Que me indica tu flaqueza,
Del mundo fuera maldito.
Y si en aras del amor
Sacrificara el honor,
Clodosvinda, no me amaras,
Antes bien te avergonzaras
Del cobarde y del traidor.

CLODOSVINDA
Yo te amo, débil o fuerte.
¿A qué buscar en la guerra
Mi desventura y tu muerte,
Si aun nos ofrece la suerte
Vida feliz en la tierra?
Tú eres el ser de mi ser,
El alma del alma mía;
¿Qué sin ti de mí sería?
Si te llegase a perder,
Teodomiro, moriría.
¿Sabes tú lo que es amar?

TEODOMIRO
Es hacer del pecho altar,
Colocar en él un ser
Y en él sólo compendiar
Del universo el valer.
Es vivir la vida ajena
Al par que la propia vida,
Sintiendo la sacudida
De otra alma de amores llena
En la nuestra engrandecida.
Alcanzar en nuestro anhelo
La plenitud del vivir,
Y, hallando mezquino el suelo,
Ansiar lo eterno y morir
Para encontrarlo en el cielo.

CLODOSVINDA
¡Bendito tu noble amor!
Marcha y cumple con tu honor;
Mas antes dame la muerte,
Y en el cielo, de esta suerte,
Nos amaremos mejor.

TEODOMIRO
Yo también tu amor bendigo.

CLODOSVINDA
Yo quiero hallar a ti unida
La muerte; Dios me es testigo
De que amo sólo la vida
Si he de gozarla contigo.

TEODOMIRO
¿Valor no te faltará
Para morir?

CLODOSVINDA
Lo has de ver:
Mi pecho desnudo está;
Hiere.

TEODOMIRO
¿Yo herir?

CLODOSVINDA
Amor da
Heroísmo a la mujer.

TEODOMIRO
Ve a la cueva donde el mar,
En la roca al golpear,
De un Cristo se hizo escultor;
Que en ella te iré a buscar
O vencido o vencedor.
Y si al tender su capuz
La noche, no estoy allí...
Entonces... reza por mí
Postrada al pie de la Cruz,
Y... haz lo que quieras de ti.
_______

VII

LA BATALLA

Todo es confusión bullicio,
A la venida del alba
En los campos que se extienden
Entre Assidonia y Mellaria.

Las huestes godas de un lado,
Del otro las africanas,
Apréstanse presurosa
A reñir cruenta batalla.

Forman los godos en orden
Fuerte centro y grades alas;
Se apelotonan los árabes
En medio de una explanada;

El sol asoma en Oriente,
Y, cual si al sol se esperara,
De ambos campos a los cielos
Mil clamores se levantan.

Y se mezclan y confunden,
Con los gritos de venganza,
Del tambor los redobles
Y los choques de las armas.

Relincha el caballo indómito,
Se encabrita o fiero piafa;
Hace sonar el soldado
Contra el suelo la espada,

Y añafiles y trompetas
Sonidos bélicos lanzan
Y asordan como el estruendo
De gigante catarata,

Que rugiente se despeña
De la altísima montaña,
Estrellándose en las rocas
Con estrépito que espanta.

¡Qué espectáculo! Allí brillan
Las entretejidas mallas,
Los bruñidos coseletes,
Las flamígeras espadas.

Allá del árabe ondulan,
Como las mieses, las lanzas
Que llevan crines flotantes
Pendientes de la moharra

Y el pendón y la jineta
Y la bandera y la raya,
Ondeando se retuercen
O se despliegan y ensanchan.

Aquí una legión de godos
Por vereda angosta marcha,
Serpeando entre las breñas
Como culebra de plata.

Acá los jinetes árabes
Se arremolinan o espacian,
Y ondean sus albornoces,
Y brillan sus cimitarras.

Van a defender los godos
Su fe, su vida, su patria,
Y a vengar los atropellos
De las hordas musulmanas.

Éstas, por el fanatismo
De su religión cegadas,
Van a conquistar la tierra
Como el Profeta ordenara.

Quiere empezar atacando
Teodomiro, la batalla,
Y reuniendo a sus caudillos
De aquesta suerte les habla:

Condes, Gardingos, Tiufados:
De vencer la hora es llegada
A los fieros invasores
Que la traición trajo a España.

Sois godos; que no olvidéis
A lo que obliga la raza.
¿Quién que de godo se precie
Da al enemigo la espalda?

Si vencidos, ¿Qué os espera?
La muerte, peor, la infamia:
Si vencedores, la gloria,
La bendición de la patria.

Caigamos sobre esas fieras
Cual tromba que se desata.
¡Sus! Guerreros, al combate,
Que dios guía nuestras armas!

Y cual rápido torrente
Que rueda por la montaña,
Con ímpetu irresistible
Al árabe se abalanzan.

Al choque ceja el contrario,
Se aterroriza, se pasma;
Pero vuelve a la contienda
Con nuevo empuje y más rabia.

Al fin entrambos ejércitos
Forman una sola masa,
Y cuerpo a cuerpo una lucha
Sangrienta y feroz se entabla.

Sujeta el infante godo
Con los garfios de la lanza
Al enemigo desnudo,
Y con la segur le acaba;

Del acero fuerte golpe
El escudo le quebranta,
Se hunde la cota en el pecho
Y el casco en pedazos salta.

Siega allí cuello robusto
Damasquina cimitarra;
Allá el escramo se rompe
Al rebotar en la malla.

Arrecia el combate, aumentan
El estruendo y la matanza;
Y es nube de polvo el aire
Y el suelo sangrienta charca.

Se ven hombres y caballos,
De la muerte entre las ansias,
Removerse confundidos
Y golpearse con rabia;

Y ruedan cimeras rotas,
Turbantes, gumías, corazas
Y miembros ensangrentados
Sobre las mieses lozanas.

Ya lleva la mejor parte
Teodomiro en la batalla;
Mougheith-al-Roumi ha caído
Muerto a golpe de su espada:

Mas a este punto un jinete
Aparece en la montaña:
Es Tariq; los musulmanes
A su vista se entusiasman,

Y cierran con nuevo arrojo
Contra las fuerzas mermadas
De Teodomiro, moviendo
Estrepitosa algazara.

Tiene Tariq negros ojos
De penetrante mirada,
Rostro enjuto y atezado
Y rubia y sedosa barba.

Alto y nervudo, maneja
Como un Hércules la lanza,
Y nadie en valor le excede,
Cual nadie en fuerza le iguala.

Lleva rojos los borceguíes,
Blanco alquicel, fina malla,
Gran turbante sobre el casco,
Damasquina cimitarra,

Y castiga los ijares
De una hermosa yegua blanca,
Que en el combate escarcea
De igual suerte que en la zambra.

Observa Tariq la lucha,
A los suyos se adelanta,
Y gesticulando fiero
Con vibrante voz exclama:

¡Oh muslimes, vencedores
De Almagreb, dueños de África,
Frente tenéis la victoria,
Y el mar, la muerte a la espalda!

Las naves donde vinisteis
Serán presa de las llamas.
Ved, ya lo son, esas nubes
Son humo que al arder lanzan.

¿Queréis morir, o queréis
Conquistar la hermosa España?
¡El profeta nos ayuda!
¡Guallah ¡¡Mis valientes! ¡Guallah!

Y arremetiendo el primero,
Va al empuje de su lanza
Arrollando al enemigo,
Que desfallece y desmaya.

Teodomiro que lo viera,
Hacia él intrépido avanza,
Y una lucha de Titanes
Entre ambos héroes se traba.

Los golpes abrumadores
Los fuertes escudos paran,
Y los aceros fulminan,
Y uno al otro no aventaja.

Mas llega un traidor infame
De Teodomiro a la espalda,
Y le da tremendo golpe
En la cabeza, á mansalva,

Y á Tariq grita: - ¡Á Mergablo
Ó á Conil, cual tú la llamas,
Y al mismo tiempo se cumplan
Tus sueños y mi venganza!

Era el Conde: Teodomiro
Cayó á tierra, y desbandadas
Las huestes godas huyeron
De las hordas africanas
___________

VIII

EN LA CUEVA

Cuántas veces, oh mar, contigo á solas
En el cendal envuelto de la bruma
He contemplado tus hinchadas olas
Deshacerse en espuma
Al estrellarse en el peñasco ingente
Con cólera bravía!
Así la duda impía,
Que todo lo atropella,
Llega rugiendo á combatir la mente,
Y furiosa se estrella
Contra el escudo de la fe potente.

¡Que hermoso siempre estás! Ora salvaje
Te desbordes tremendo,
Asordado el estruendo
Que levanta tu indómito oleaje;
Ora cuando tu furia no desatas,
Cristalino palacio,
Inmensidad movible que retratas
La inmensidad inmóvil del espacio!

Riza el viento tus olas con violencia,
Pero tu fondo permanece en calma;
Imagen de mi alma
Combatida por dudas y pesares,
Que no alteran la paz de mi conciencia,
Tranquila como el fondo de los mares.

¡Con qué placer siguiera al pez dorado
En tu insondable seno,
Que es palacio encantado
De mil riquezas y misterios lleno;
Y llegara á tus bosques de corales
Y viera á las Ondinas
Bulliciosas jugando en los umbrales
De sus grutas de conchas nacarinas!

Como blanco topacio
Llega el sol á través de tus cristales
Á las regiones hondas
Donde el Tritón fabrica su palacio
De madréporas bellas,
Tan cuajadas de estrellas
Como en noche clarísima el espacio.
Allí se trueca el férvido oleaje
En apacibles ondas
Que mueven de las algas el ramaje
Y dulces besan las marinas frondas,
Y en la noche tus senos misteriosos
Y tus tranquilas aguas transparentes,
Cruzan estelas mil fosforescentes
De millares de peces luminosos.

¡Oh mar, inmenso mar! Te amo, te admiro,
Tu bravura me presta fortaleza
Y en tus sublimes cánticos me inspiro;
Y hoy te envío de lejos con tristeza
En mi canto, nostálgico suspiro!
_______

Allí donde de Juno el promontorio (I)                   (I) Antiguo nombre del cabo de trafalgar.
Se encuentra socavado                                        Taraf-al-ghar significa en árabe promontorio de la caverna.
Por los golpes del mar embravecido,
En las rocas un Cristo se ve alzado
Por las rugientes olas esculpido.
Eterna sombra enluta
El fondo inaccesible de la gruta,
Donde, si la tormenta se desata,
Penetra el mar bravío
Vertiéndose lo inmenso en lo vacío
Con el fragor de rauda catarata.
Amenaza la cóncava techumbre
Caer con espantosa pesadumbre;
Llega del sol allí la luz bendita
Como medrosa lumbre
No bastante á irisar la estalactita
Que eternamente llora,
Y con estruendo todo son retumba,
Pues tiene aquella cueva aterradora
La vacuidad sonante de la tumba.

De pie en la roca donde el Cristo se alza
Arrebozada en blanca vestidura,
Imagen del dolor y la amargura,
Espera Clodosvinda,
Sin que al cansancio ni al pesar se rinda,
Al hombre que es su bien y su ventura.

¡Qué cuadro! ¡qué fantástica figura!
Entra el mar en los huecos
De los duros peñascos, espumoso,
Y repiten mil ecos
Su estrépito fragoso;
Allá, lejos, la nube se arrebola
---------------------------------------------------------

Con la postrera claridad del día;
La eterna noche de la cueva oscura
Aun se hace más sombría:
Avanza sordamente la marea,
Y con más furia cada nueva ola
El peñascal golpea:
En la medrosa entrada
Del abismo, que abriera el oleaje,
Se ve la cruz sagrada
Por las olas de espuma salpicada
Que la entonan un cántico salvaje,
Y al lado de la cruz a Clodosvinda,
Que, cuando su flotante vestidura
La fresca brisa azota,
Se creyera una blanca gaviota
Aleteando para alzar el vuelo
A lo azul de la altura,
Que es para el ave y la mujer el cielo.

Tiende la noche su enlutado manto;
A la cita no acude Teodomiro,
Y la triste mujer prorrumpe en llanto
Que entrecorta el histérico suspiro.

Mas súbito se asombra
Y su dolor se trueca en mudo espanto.
Hiende la espesa sombra
Insólito fulgor de roja llama;
De la cueva la cóncava techumbre
Parece que se inflama
Y que arde en viva lumbre
Que en el abismo oscuro se derrama;
En medio el mar flamea
Rojo volcán flotante y luminoso,
Que va hendiendo las olas presurosas,
Al empuje veloz de la marea;
Y otro le sigue rápido, humeante,
Y otro más, y otro más, y veinte, y ciento,
Como si roto el eje de diamante
Del alto firmamento,
Las estrellas se hubiesen desplomado
En aquel mismo instante
Sobre el profundo mar alborotado.

Eran las naves de Tariq que ardían,
Las olas con furor las arrastraban;
Más, al correr, sus llamas se encendían,
Con pavoroso estrépito estallaban
Y en el abismo súbito se hundían.

Del incendio la llama fulgurante
En la rota armadura reverbera
De un hombre con el rostro ensangrentado,
Que ansioso, jadeante,
Se arrastra por las peñas desalado.

En llegar persevera
De la alta cruz a la escarpada roca,
Y al fin logra subir. Como una loca
A él llega clodosvinda; el triste quiere

Entre sus brazos encontrar consuelo,
Y al abrazarla se desploma al suelo,
La mira con pasión, suspira, y muere.

Arrasado en lágrimas los ojos,
Con arrebato que en locura raya
Abraza aquellos míseros despojos
Clodosvinda infeliz; después, inerte
La deja el estupor, y se desmaya,
Quizás también herida por la muerte.

Sigue el incendio, crece la marea,
Sube, sube, golpea
Los cadáveres ya, y ¡oh cataclismo!
Una inmensa oleada se adelanta,
De su lecho de piedra los levanta
Y rodando los lleva hasta el abismo.

Y tienen los amantes lo ignorado
Por onda sepultura;
Por ardiente capilla
La cueva en cuyo techo abovedado
Todo un incendio se refleja y brilla;
Por antorchas cien naves incendiadas,
Por catafalco rocas escarpadas,
Por defensa la cruz donde Dios muere,
Y por responso el ronco miserere
De las olas del mar alborotadas.

Sevilla, junio del 78

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