jueves, 21 de septiembre de 2023

La Venganza



LA VENGANZA
José Velarde
POEMA
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A MI QUERIDO AMIGO EL EMINENTE ACTOR

DON RAFAEL CALVO

I

Hay frente al moro una aldea,
A la mar tan inmediata,
Que en las olas se retrata
Cuando crece la marea.
Admirada se recrea
La vista en aquel lugar,
Donde Dios quiso juntar,
A los encantos del suelo
Las maravillas del cielo
Y las grandezas del mar

II

Tan vivo allí se arrebola
El cielo, al salir el sol,
Que da envidia su arrebol
Al carmín de la amapola;
Y es de ver la misma ola,
Que en la arena de la playa
Rumorosa se desmaya,
Cómo, no lejos, rugiente,
Va a estrellarse en la rompiente,
A los pies de la atalaya.

III

Entre tierra y mar se nota
Allí sorprendente unión;
En las quiebras de un peñón
Anidan cuervo y gaviota;
Da el pescador a su flota,
A la ribera atracando,
En la hierba, lecho blando,
Y a veces el campesino
Toma por musgo marino
El césped que va brotando.

IV

Llega hasta el agua el follaje,
Y, si el viento la mar pica,
Al viejo pino salpica
La espuma del oleaje.
A un tiempo en aquel paraje
Huele a resina y marisco,
Viéndose junto a un aprisco
La red tendida a secar,
O el alga que arroja el mar
Enredada en un lentisco.

V

Algo lejos del poblado,
Y sobre arena infecunda,
Hay un huerto, al que circunda
De pitas viejo vallado.
Denota por lo menguado
Que en balde en él se trabaja;
Y en la parte que al mar baja
Presta asiento a cuatro muros,
Que sostienen, inseguros,
Un cobertizo de paja.

VI

Reduce el mundo al espacio
De esta comarca silvestre
Una familia campestre,
De quien la choza es palacio.
El tronco, en arder reacio,
Ahumó el empinado techo,
Siendo del recinto estrecho
El menaje tan sencillo,
Que hay sólo un plato, el dornillo,
Y hierba seca por lecho.

VII

Cual a otros de su calaña,
Hizo del hambre el rigor
Campesino y pescador
Al dueño de esta cabaña.
Ir por leña a la montaña
Es su recurso supremo;
Así el hallarse a un extremo
De su albergue, en la pared,
El hacha junto a la red
Y la azada junto al remo.

VIII

¡Cuánta paz, cuánta alegría
Lleva el verano a la choza!
El labriego se remoza
Al cesar la carestía;
Mucho trabaja en el día;
Más halla premio a su afán,
Pues ofreciéndole están
Los árboles dulces frutos,
El mar, sereno, tributos,
Y la vega tierno pan.

IX

Hasta en su albergue hay primores;
La enredadera salvaje,
Sobre un verde cortinaje,
Le tiende un manto de flores.
En mar, en valles y alcores
Es recibido con fiesta;
Y si acude a la floresta
En las horas de bochorno,
Las tórtolas del contorno
Le arrullan mientras la siesta.

X

¡Si para el pobre el estío
Pudiera, oh Dios ser eterno!
Mas ¡ay! que llega el invierno
Con el hambre y con el frío.
Ruge el viento, llueve, el río
Se desborda en la comarca
Y ya no puede la barca
Surcar el piélago airado,
Ni la reja del arado
La vega, trocada en charca.

XI

Ayuno, junto a la lumbre,
Pasa el triste la velada,
Mientras la lluvia pesada
Va calando la techumbre;
Y aunque tiene la costumbre
De estar con el mar en guerra,
Hay noches en que le aterra
Tanto su ronco bramido,
Que sueña que enfurecido
Corre a tragarse la tierra.

XII

Una noche en que el sosiego
Turba la nube que truena,
Y en que hace falta la cena
En la choza del labriego,
Hállanse en torno del fuego
Dos niños y una mujer,
A quienes no deja ver
La humareda de la llama
Del tomillo y la retama,
Que se quejan al arder.

XIII

Del sol y el aire curtida
La tez, un tiempo de nieve,
Y la mano, que fue breve,
Rugosa y encallecida,
Crespo el pelo, que hoy descuida
Y que tanto amó doncella,
La pobre mujer aquella,
Á quien la desgracia apura,
En la edad de la hermosura
Ha dejado de ser bella.

XIV

En cambio, poder bastante
No ha tenido la desgracia
A robar frescura y gracia
De sus hijos al semblante;
Ni hay miedo que les quebrante
La escasez con sus rigores,
Porque son mantenedores
De aquellos ángeles rubios
Los saludables efluvios
De la mar y de las flores.

XV

A uno y otro rapazuelo,
Que lloran, dice la madre:
-Callad; si pan no trae padre,
Lo traerá un ángel del cielo; -
Mas no calmado su anhelo
Con este apóstrofe santo,
Ahogada la triste en llanto,
Cuentos de brujas les cuenta,
Por ver si de ellos ahuyenta
El hambre con el espanto.

XVI

Ellos, puestos los sentidos
En la magia de los cuentos,
A fuerza de estar atentos,
Se van quedando dormidos;
Pero al cesar sus gemidos,
Sus risas y su algarada,
La choza, por lo callada
Y lo triste, se asemeja
Al nido que el ave deja
Solitario en la enramada

XVII

Y es que no falta alegría,
Ni es tan acerbo el dolor,
Donde hay un ave, una flor
Ó un niño que nos sonría.
Va la paz con la poesía,
Cual con el alba el rocío;
Sin ella, presa del frío,
Desfallece el alma, y duda,
Y encuentra la tierra muda,
Y halla en el cielo el vacío.

XVIII

Siente, al verse solitaria,
La mujer tanta zozobra,
Que de ella no se recobra
Ni acudiendo a la plegaria;
La hace el miedo visionaria,
En ver fantasmas se obstina,
Y que escucha, se imagina,
El grito de mal presagio
Con que el terrible naufragio
Anuncia el ave marina

XIX

Tanto, al fin, se sobresalta,
Que corre a atrancar la abierta
Y desvalijada puerta,
De llave y cerrojo falta;
Mas cuando a cerrarla salta,
Como estatua de granito
Se queda, sin dar un grito,
Ante un hombre de faz torva,
Que el paso, al entrar, le estorba
Y la mira de hito en hito.

XX

Alto, moreno, nervudo
Y de mirada tan hosca
Como es su figura tosca
Y su entrecejo ceñudo,
Y envuelto el rostro barbudo
De una manta en el capuz,
Tiene, del fuego a la luz,
Tan siniestra catadura,
Que la mujer le conjura
Con la señal de la cruz.

XXI

Al conocer el intruso
La impresión que en ella ejerce,
El gesto fruncido tuerce
Entre irritado y confuso,
Y murmura: - Si es que abuso
Pidiendo hospitalidad,
Me marcharé; perdonad. –
Y cual su aspecto, su voz
Contrasta, por lo feroz,
Con sus frases de humildad.

XXII

- Buen hombre, Dios no permita –
La mujer temblando exclama –
Que quien a mi puerta llama
Y mi amparo solicita,
No halle remedio a su cuita,
Si el remediarla está en mí.
¡Como de repente os vi
Y hace una noche espantosa! ...
¡Una es siempre tan medrosa,
Y estaba tan sola aquí! –

XXIII

Sin notar que el hombre adusto
La mira y no le responde,
Ella, que el temor esconde
O se ha repuesto del susto,
Prosigue: -No fuera justo
Dejaros al descubierto
En tal noche. ¡Estaréis yerto!
Venid y hallaréis solaz
Junto a esta lumbre, capaz
De hacer revivir a un muerto.

XXIV

Sin freno que la cohíba,
Cual si callar fuera mengua,
No da descanso a la lengua
En tanto que el fuego aviva.
De charla tan expansiva
Da su inocencia la clave;
Que, como su canto el ave,
Ella, con gozo profundo,
Le repite a todo el mundo
Lo poco que siente y sabe.

XXV

Y así prosigue halagüeña:
- Pronto traerá mi marido
Que cenar, si es que ha vendido
En el pueblo alguna leña.
¡ Ahora siempre está en la breña
Cortando broza a destajo;
Pues, como falta trabajo,
Tiene que ganarse el pan
Recorriendo con afán
El monte de arriba abajo!

XXVI

De la fortuna la rueda
Anda tan mal, que predigo
Que un día, como al mendigo,
Nos va a echar a la vereda.
Sólo este huerto nos queda,
Y hemos de regarlo a mano
De ese pozo, al mar cercano,
Cuyo manantial salobre,
A más de malo, es tan pobre,
Que se agota en el verano. –

XXVII

Oyendo el relato triste,
Ni se inmuta ni apesara
Aquel hombre, en cuya cara
El ceño adusto persiste;
Y ella, que en hablar insiste,
Añade: - Mas tan prolijos
Cuidados, en regocijos
Me los trueca Dios piadoso
Con el amor de mi esposo
Y la salud de mis hijos.-

XXVIII

- ¿Tenéis hijos?- ruge fiero
El hombre, que se adelanta
Y queda, al soltar la manta,
En traje de marinero.
-Dos tan hermosos, que infiero
No los habréis visto iguales-
Dice la mujer; - son tales,
Que con ellos al salir
Sólo oigo al paso decir:
<< Dios te los libre de males!>>

XXIX

Y se me han muerto otros dos,
Por quienes aun lloro y peno;
Uno salió de mi seno
Para volar al de Dios,
Y al otro que vino en pos,
Lleno de vida y salud,
También con tal prontitud
Me lo quitó la fortuna,
Que las tablas de la cuna
Le sirvieron de ataúd.-

XXX

Y su discurso expansivo
La pobre mujer completa,
Esta pregunta indiscreta
Dirigiendo al hombre esquivo:
-¿Puedo saber el motivo
Que vuestro viaje ocasiona?-
- Una promesa lo abona -
Dice el hombre con voz ruda, -
Y ella replica: -¿Sin duda
A nuestra santa patrona?

XXXI

¡Qué Virgen! ¡Si es un portento!
Cuando un voto le consagro,
Segura estoy que el milagro,
No ha de tardar un momento.-
-No es promesa, es juramento
- Él prorrumpe; - dije mal.-
Y ella responde: - Es igual;
Que un juramento no pesa
Más que una simple promesa
Sobre el alma de leal.-

XXXII

Al fin la pasión que agita
Al hombre, con tal impulso
Llega a estallar, que, convulso,
Fuera de sí, se alza y grita:
-Sed tengo, sed infinita
Deciumplir a la que amé
Lo que ha tiempo le juré
Sobre la cruz de esta daga;
Sed que con sangre se apaga
Y que pronto apagaré-

XXXIII

Y al recordar sus enojos
Y referir sus agravios,
La espuma brota en los labios
Y el rayo vibra en sus ojos.
Ella se postra de hinojos,
Pidiéndole a Dios ayuda;
Él la cuchilla desnuda,
La mujer quédase inerte,
Y está el ángel de la muerte
Flotando en la escena muda.

XXXIV

La pobre mujer aquella
Ha reconocido en él
Al hombre fiero y cruel
De su vida mala estrella.
La persiguió de doncella
Con amoroso arrebato;
Partió jurando insensato
Matar a quien ella amara
Y es hombre que no se para
Ante el vil asesinato.

XXXV

Largo trecho permanece
Inmóvil y sin resuello,
Cual la victima que el cuello
Al hacha tajante ofrece.
Al cabo se restablece,
Mira al hombre de soslayo,
Y, notando que en desmayo
Ha caído su furor
Cual de la nube el rigor
Cuando ha roto en lluvia y rayo,

XXXVI

Fuera del hogar se lanza,
Sin que ya nada le asombre,
Para evitar que aquel hombre
Pueda cumplir su venganza;
Y al cercano pueblo avanza,
Corriendo en la oscuridad,
Azotada sin piedad
Por las zarzas del camino
Y el furioso torbellino
De la ronca tempestad.

XXXVII

En tanto, absorto en sí mismo,
Mira el hombre en su conciencia
Donde quizás con vehemencia
Batallan cielo y abismo.
¡Ay! vencerá el egoísmo
Que aquel hombre le dio plaza
En su pecho y se solaza
En ser ¡oh ciego! el custodio
De la víbora del odio,
Que el corazón le ataraza!

XXXVIII

¿Con mi voluntad de hierro,
-Se dice, -vencí mil daños,
Tan largos y tristes años
Del servicio en el destierro,
Para hoy perdonar el yerro
De esa mujer, que sabía
Lo que yo jurado había,
Y el incomprensible alarde
De audacia de ese cobarde
Que la toma siendo mía?

XXXIX

¡Abrigaban la esperanza
Quizás de que yo muriera!
¡Ya entró en el redil la fiera,
Y no saldrá sin matanza! >>-
Furioso ruge, y avanza
Hacia donde están dormidos
Los niños, que, sorprendidos,
En él la mirada fijan,
Y en las ropas se cobijan,
Rompiendo en tristes gemidos.

XL

Ante los ángeles bellos
El hombre el paso suspende,
Y, vuelto en sí, le sorprende
Hallarse solo con ellos.
Erizados los cabellos,
E instigado por Satán,
De herirlos hace ademán,
Cuando un niño se levanta,
Y, con voz que llora y canta,
Le dice: -<< ¡Yo quiero pan! >>-

XLI

Al ver que se le aproxima
Al par llorando y riendo,
Cree que el mundo con estruendo
Va a desplomársele encima.
Cual si se abriera una sima
Ante sus pies, retrocede;
Apenas si llegar puede
A su asiento, y lo ve todo
Girando, como el beodo
Que a insano vértigo cede.

XLII

Acércase poco a poco
Al hombre sañudo el niño,
Y, a la par que con cariño;
Con inocente descoco,
-<< ¿Tú no tienes pan tampoco?>>-
Con aguda voz le chilla,
Poniéndole en la rodilla
Una mano, que quizás
Al hombre le daña más
Que el filo de una cuchilla.

XLIII

¿Y madre? –gimiendo añade;
Pero tórnase jovial
Viendo del hombre el morral,
Que a su registro le persuade
Con mano ansiosa lo invade,
Y cuando, al fin, el pan toca,
Frente a frente se coloca
Del marinero, de un brinco,
Mirándole con ahínco
Con un pedazo en la boca.

XLIV

El otro, que ha visto bien
A su hermano desde el lecho,
Exclama, en llanto deshecho: -<<
¡Dame!¡Yo quiero también!>>-
Y el mayor le grita: -<< ¡Ven!>>-
Pero hallando la mirada
Del rapazuelo asustada,
Añade: -<< acércate pronto.
¡Mírame a mí!¡No seas tonto!
¡ Si el hombre no te hace nada!>>-

XLV

Cayendo el chico en la red,
Se aproxima con recelo,
Fija la vista en el suelo
Y rozando la pared.
¿A quién del hambre o la sed
El discurso no convence?
Contento el niño se vence
Y en el festín toma parte,
Sin miedo que le coarte
Ni nada que le avergüence.

XLVI

Entre tanto, el marinero,
Cual potro que en freno tasca,
Entre los dedos añasca
Las cintas de su sombrero.
Mil frases sin atadero
Confusamente murmura;
Pero, al alzar su faz dura,
Algo en ella se divisa,
Que igual puede ser sonrisa
Que contracción de amargura.

XLVII

Como del nido, impaciente,
Apenas raya la aurora,
Se lanza el ave canora
A cruzar el puro ambiente
Los niños, que sonriente
Ven su faz, antes sombría,
Se le acercan a porfía,
Gritos de júbilo exhalan
Y en sus rodillas se instalan
Con ruidosa algarabía.

XLVIII

Y uno le pregunta: -<<
Dí, ¿Es verdad que el ángel eres
Que traes pan?>>-; y otro: -<<
¿Me quieres Como yo te quiero a ti?>>-
Le besan con frenesí,
Tan amantes cual traviesos,
Y al calor de los besos
La sangre se le coagula
Y el calofrío circula
Por sus venas y sus huesos.

XLIX
Como si esposas y grillos
Le retuvieran inmoble,
Se entrega el titán de roble
Al juego de los chiquillos.
Sonda el uno en sus bolsillos,
El otro le desbarata
El nudo de la corbata,
Y acaba el pobre coloso
Por ayudarles gozoso
En su labor insensata.

L

De tanto jugar rendidos,
Después de dar mil abrazos
Al marinero, en sus brazos
Se quedan al fin dormidos.
Él, turbados los sentidos,
Atentamente los mira,
Acongojado respira,
Los besa..... y están sus ojos
Humedecidos y rojos
Cuando de ellos los retira.

LI

De repente se levanta,
Y murmurando -<< Esto es hecho>>, -
Lleva a los niños al lecho,
Cobijados con su manta,
Y anudado en la garganta
Un sollozo de ternura,
Con el miedo y la premura
Del que un crimen en pos deja,
De la cabaña se aleja
Y huye ciego a la ventura.

LII

Entran los padres, en tanto,
Ansiosos en la cabaña;
Él, cegado por la saña,
Ella, ahogada por el llanto;
Y cuando, llenos de espanto,
Buscan al hombre fatal,
Ven, en grupo celestial,
Dormir a sus hijos bellos
Y descansando sobre ellos
Una bolsa y un puñal.

LIII

Al surgir el nuevo día,
Roto, enlodado y sin tino,
Llega corriendo un marino
A la cercana bahía,
Y alcanza con alegría
Su bajel, pronto a zarpar,
Que, las olas al cortar,
Tendida al viento la vela,
Parece un ave que vuela
Rozando el agua del mar.

José Velarde
Madrid, mayo 1880.
Enlace al Almanaque de la Ilustración página 147

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