sábado, 15 de octubre de 2022

La Edad Media



Á la inspirada voz de un ermitaño
Las naciones cristianas se despueblan,
Y por norte la cruz, dan en Oriente
Con el ciego furor de la tormenta.

Alza la fe los giganteos,
En el claustro refúgianse las letras,
Y hallan nuevos tesoros de poesía
Dentro del corazón, rudos poetas.

Es la edad de los sueños y fantasmas,
De la fe, del amor y de la fuerza.
Menospreciando la mundana vida
Al desierto encamínase el asceta,

En tanto que el abad, teniendo en poco
El poder de la santa penitencia,
Cambia el sayal por la tupida malla
Y abandona el silicio por la espuela.

La joven celestial, en cuyo pecho
Anidan los amores y ternezas,
Impasible en la justa ve la muerte,
Y del más fiero paladín se prenda;


Y el mismo gran señor, que cuando baja
De su castillo la campiña asuela,
Y que al pechero que cazó en sus bosques
Sin compasión de la picota cuelga

Hace abatir el puente levadizo
Para el mendigo, y á su hogar le sienta,
Y bebiendo con él, pone los labios
Donde puso los suyos la miseria.

Junto va el heroísmo con el crimen,
El error se desposa con la ciencia,
Abrázase la fe con la herejía,
De un ósculo de paz brota la guerra;

Edad á un tiempo bárbara y sublime,
Fecunda engendradora de leyendas,
En la que Cristo y Satanás contienden
Como iguales en trágica pelea,

Y el la que Dante baja á los abismos,
No sondados jamás de la conciencia,
Para alumbrar con la sulfúrea llama
De los infiernos la espantada tierra.

Madrid, Octubre, 1880

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