jueves, 14 de diciembre de 2023

El Invierno

A MI QUERIDO AMIGO
JUAN LÓPEZ VALDEMORO

I

Tan sólo aquello que entristece ó daña
Con vida y fuerza en el invierno frío,
El ciprés, el abrojo y la cizaña.

Seco está el bosque y el nidal vacío,
La fuente pura convertida en hielo,
Muda la alondra, desbordado el río;

Y para colmo de tristeza y duelo,
El viento ruge, brama el Océano,
Y en lluvias y rayos se desata el cielo.

II

Pero no haya temor el aldeano
La fiera tempestad ate ó restriña;
Llueva ó granice, desparrama el grano,

Poda el verde olivar, cava la viña,
En la almazara prensa la aceituna
Ó ara de sol á sol en la campiña.

III

En las noches clarísimas de luna,
Rompiendo el hielo, al chapuzar osado,
Grazna el pato silvestre en la laguna,

Y de clima remoto y agostado,
De grullas llega innumera bandada
Á saciar su apetito en el sembrado.

IV

¡Mas cuán triste la noche de nevada!
En vano entre las zarzas el raposo
Espera de la liebre la llegada

Casi aterido el pájaro medroso,
Sobre la rama que abatió la nieve
Rebúllese piando, sin reposo.

Ni el mismo búho, cazador aleve,
Que es de las sombras y la lluvia amante,
Su vieja encina á abandonar se atreve.

Ladra medroso el perro vigilante;
Borradas las veredas, se extravía
Y se hiela á la par el caminante,

Y hasta aquel que á cubierto desafía
De la noche el rigor, tristeza siente
Y espera ansioso que despunte el día.

V

¡Y después tan bello y sonriente!
Bajo el hielo, irisado por la aurora,
En los surcos revienta la simiente.

Tibia el aura, las nubes evapora,
Y al sacudir la nieve, la arboleda
Parece un almendral que se desflora.

La nevatilla corre en la vereda,
Y el mirlo de la iglesia en la espadaña,
De otras aves los cánticos remeda.

Á su guarida vuelve la alimaña,
Y el rebaño, al triscar, deshace el hielo
Y alegra con la esquila la montaña.

Suena del alba el toque de consuelo,
Que hace al hombre marchar á su tarea
Y a las palomas levantar el vuelo,

Y principia á humear la chimenea,
Y los campos se llenan de cantares
Y de gritos de júbilo la ladea.

VI

¡Cuánta dicha en los prósperos hogares,
Cuánto afán en la mísera buhardilla
Y cuántos cataclismos en los mares!

La bienoliente, resinosa astilla
Cruje lamida por la roja llama
Que chispeando se retuerce y brilla,

Y al incierto fulgor de la soflama,
La familia, entre tímida y gozosa,
La narración escucha de algún drama.

Concluida la plática sabrosa
Ríndense el niño y el anciano al sueño
Habla el galán con la doncella hermosa;

Y el gato, cerca del ardiente leño,
Con el pelo erizado, desafía
Al lebrel que, roncando junto al dueño,

Sale de su letárgica apatía
Y gruñe con fervor, cuando las puertas
Hace crujir la tempestad bravía

VII

En las calles medrosas y desiertas
En vano los mendigos desgraciados
Tienden para pedir las manos yertas.

Al volver á su hogar desesperados,
Encuentran entre harapos é inmundicia
Á sus hambrientos hijos casi helados,

Y dudando de Dios y su justicia,
Éste rompe a llorar, y aquél blasfema
Y la idea del crimen acaricia.

En tanto estudia el sabio algún problema
Y fiebre inspiradora dicta el vate
Las estrofas rotundas de un poema.

En el regio palacio del magnate
La riqueza, la luz y la armonía,
Á las pasiones sirven de acicate

Y en los vicios buscando la alegría,
La loca juventud con ansia apura
Los amargos placeres de la orgía.

VIII

Rompe la tempestad, ¡Con qué amargura
Se acuerda de su hogar el marinero
Que los mares recorre á la ventura!

-<<¿Qué de la vieja madre que venero,
Y qué de la hermosísima doncella,
Que me aguarda anhelante, si yo muero?>>-

Así el infortunado se querella
Atónito mirando el oleaje
Y el fúlgido zig-zag de la centella.

Y es tanto de las olas el coraje,
Que hasta el mismo alcatraz que en ella vive
Busca amparo del buque en el cordaje.

No hay quien la furia de la mar esquive;
Al débil barco con su fuerza abruma
Y el marino á la muerte se apercibe.

Ya alza la nave como leve pluma
Á la región del firmamento mismo
Sobre montaña de hervidora espuma,

Ya implacable en su fiero despotismo,
La vuelca, la destroza, la anonada,
Y la sume en el fondo del abismo.
......................................................
Al primer resplandor de la alborada,
Aun aferrado rígido á un madero,
Á merced de las olas sobrenada
El cadáver del triste marinero.

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